Patricia Rodríguez (1977, Toledo) es una ingeniera agrónoma de 45 años apasionada por su trabajo. “Me encanta el campo”, señala, aunque en los inicios de su carrera profesional se encontrara con la resistencia de unos agricultores “que no estaban acostumbrados a que una mujer les dijera lo que tenían que hacer”.
Con residencia en Burguillos (Toledo), donde vive junto a su marido y sus dos hijas, defiende la importancia de la labor de los especialistas agrícolas y sus capacidades para desarrollar una agricultura tecnológicamente avanzada y sostenible con el medio ambiente, sobre todo ante los efectos del cambio climático y la escasez de recursos hídricos para las explotaciones.
El campo “está cada vez más tecnologizado”, sostiene, y su desarrollo va encaminado “a una agricultura 2.0 si las fincas quieren ser rentables”.
Con tono resolutivo, Rodríguez ve la digitalización un factor clave en las explotaciones agropecuarias, a la hora de racionalizar el uso de los insumos, como los fertilizantes o fungicidas, y del agua, cada vez con concesiones más limitadas.
El cambio climático “es evidente” y la tendencia apunta a cultivar en ecológico por las restricciones de los organismos públicos para preservar el entorno. Por ello, “tienes que ir por delante y ser predictivo” en el tratamiento de los cultivos.
Son cambios “complicados” porque muchas veces chocan frontalmente con los usos y costumbres tradicionales de los agricultores en el manejo de sus explotaciones.
Así lo comprobó hace 21 años cuando empezó a trabajar en Asaja, y entró en contacto con los titulares de fincas agrícolas, que trabajaban en base a sus conocimientos aprendidos de sus padres. “No estaban familiarizados con nuestro trabajo técnico”, y en su caso “me tuve que ganar la confianza en base a los resultados”.
La aplicación de los consejos de los profesionales en los ciclos vegetativos de los cultivos está siendo una transformación todavía sin cerrar, mientras que “sí hubo una adaptación rápida a los cambios de maquinarias o sistemas de riegos”. Con todo, Rodríguez se muestra positiva porque la actuación de los ingenieros está calando poco a poco y, a pesar del “poco relevo generacional, lo conseguiremos”.
Rodríguez no encontró diferencias de género en la carrera, aunque reconoce que el campo sigue masculinizado y a lo largo de más de 20 años de trayectoria “he tratado mayoritariamente con hombres”, frente a un número contado de mujeres.
Tras su paso por la organización agraria, trabajó como prescriptora en la empresa ‘Hilti’, de maquinaria de construcción, aunque decidió volver a su “pasión” y renovó sus estudios universitarios con el Grado en Ingeniería Agrícola y Agroalimentaria “para actualizarme y seguir con mi profesión”.
Tras trabajar como autónoma asesorando a fincas particulares, recaló en la empresa Verditec del grupo Tecnove, donde ha estado bastantes años hasta que fue ‘fichada’ por los dirigentes de la prometedora industria Iberopistacho.
Con su entusiasmo personal, Rodríguez asegura estar “encantada” con el proyecto de esta compañía, dedicada a producir y comercializar pistachos, que acaba de inaugurar en Argamasilla de Alba la planta de procesado de este fruto seco más grande de Europa.
De alguna manera, la ingeniera cierra el círculo porque “hice las prácticas de la carrera en el área del pistachero del Chaparrillo”.
Sobre este leñoso, señala que es “rentable y de futuro”, aunque todavía en desarrollo y una superficie menor a la que necesita por la alta demanda mundial.
Se trata de un cultivo “que se adapta muy bien a los suelos calizos de nuestra zona y a la sequía” porque “no sufre tanto el estrés por falta de agua”.
La ingeniera Rodríguez destaca las amplias salidas laborales de una profesión “en la que no hay paro”, sobre todo en Castilla-La Mancha, con una gran industria agroalimentaria. Como ella, todos sus compañeros están trabajando como funcionarios, profesores o gerentes de cooperativas. Tampoco hay sesgo de género porque las mujeres han estado presentes en la carrera y en la actividad sin ninguna discriminación.