Buena parte de refugiados que llegaron a Ciudad Real hace un año huyendo de la guerra de Ucrania han vuelto a su país o se han marchado a Francia o Alemania. Volvieron las tres niñas rescatadas en la frontera por la familia Márquez-Escobar; solo queda una refugiada en Alhambra de otro viaje solidario y la mitad de las personas de los autobuses de Crean. Viktoriia Markiv (18 años) ha accedido a relatar su experiencia lejos de Kiev un año después.
Victoriia Markiv tiene 18 para 19 años, una alegría innata por vivir que contagia, pese a sus duras circunstancias como refugiada de la guerra de Ucrania en Miguelturra, a miles de kilómetros de su familia. Ella cuenta con una ventaja sobre otros refugiados: habla español, daba clases de español en un colegio religioso de Kiev vinculado a Crean (Ciudad Real en Ayuda al Niño) y estudiaba filología inglesa en la universidad de la capital ucraniana cuando estalló la guerra total con Rusia. A las cuatro de la mañana de hace un año su madre entró en su habitación y la despertó, ¡había empezado la guerra!
Pero Markiv prefiere quedarse con el recuerdo de su última tarde en paz en Ucrania. El 23 de febrero. Ese día fue a la universidad y al trabajo; por la tarde quedó con amigos, tomaron pizza, charlaron, y uno de ellos bromeó, ‘¿y si mañana empieza la guerra y esta es nuestra última tarde juntos?’, algo de lo que llevaban un mes hablando, pero que no terminaban de creerse. “Esa fue nuestra última tarde juntos, algunos de esos amigos están muertos”, relata.
Las dos semanas que permaneció en una Kiev con constantes bombardeos y explosiones prefiere olvidarlas. Porque Viktoriia no salió inmediatamente del país, le costó convencer a su madre. Venir a España fue madurando a medida que los soldados rusos arrasaban poblaciones como Irpin o Bucha, cercanas al barrio en el que vivían en Kiev.
La rutina de la guerra implicaba refugiarse en el sótano cuando empezaban los bombardeos nocturnos, “aunque no te salven, porque si cae una bomba en el edificio igual ni te encuentran, pero lo hacíamos”, apostilla. Una noche, en el sótano, se llevaron un susto de muerte, “un ruso” (no aclara bien si un soldado, el caso es que estaba solo), empezó a aporrear la puerta, “fue horrible. Esa noche pensé que mi vida y la de mi familia se acababa ahí, y pensé en mi hermano con 11 años, yo al menos he vivido algo más de la vida”. El ruso se fue, “nos libramos por suerte”, dice. Fue por esa experiencia y cuando su hermano le preguntó si dolía mucho morirse cuando decidió que tenían que salir de Ucrania. “Le dije a mi madre que una casa se compra y se vende, pero la vida no”. Al día siguiente ella, su madre y su hermano de 11 años (su padre, como todos los varones de 18 a 60 años, no pueden salir del país) decidieron marcharse.
Poco después estaban en la estación de autobuses de Kiev. No funcionaba nada, las llevaron unos soldados, y desde allí otro periplo para coger alguno de los trenes que salían hacía Leópolis y desde allí cruzar la frontera con Polonia. “Fue muy difícil, bombardearon la estación, los trenes iban tan llenos de gente que no podías ni ir al baño porque los pasillos, los asientos, todo estaba lleno. El tren se iba parando por los bombardeos. Tardamos diecisiete horas en un trayecto de quinientos kilómetros”, relata.
Por los contactos en su colegio supo que iban a llegar a Polonia autobuses de Crean. Al contrario que otros refugiados, Viktoriia nunca había venido a Ciudad Real de niña, solo había pasado un mes en España (Soria), “aunque mi sueño siempre había sido venir a este país”.
Llegó a la capital de la provincia con su madre y su hermano a finales de marzo, en uno de los dos autobuses que fletó Crean para llevar ayuda humanitaria y traerse refugiados a Ciudad Real. “A mi madre le costó dejar allí a mi padre y a mis abuelos, que son mayores y necesitan cuidados, pero no podíamos hacer otra cosa; si fue un viaje duro para mí, de tres días desde Polonia hasta España, imagínate para ellos”.
De su llegada a Ciudad Real recuerda que le sorprendió el frío (no tanto como en Ucrania, pero descubrió que aquí también hace frío en invierno) y que pasó las dos o tres primeras semanas muy triste, a la vez que conoció “a muchas personas maravillosas como José Luis y José Manuel; y a la parroquia de Miguelturra, que nos acogieron superbién y nos hicieron sentir como en casa”.
Cáritas les facilitó una vivienda a los tres y estuvieron pendientes de ellos desde el principio. Adaptarse a la vida aquí no ha sido tan difícil, “sé español, pero mi madre lo ha pasado fatal porque no sabe el idioma; igual que mi hermano, que estuvo escolarizado un tiempo y me tenía a mí para traducirle todo”.
Se encontraban recomponiendo la vida aquí cuando su padre enfermó -no está movilizado para la guerra pero podrían llamarlo-,parece que hay menos bombardeos en Kiev y su madre decidió regresar junto con su hermano para cuidar del resto de la familia que sigue allí.
Ya en Navidades no estuvo su madre, pero esta joven siente que aquí está su lugar. “Yo quiero quedarme. Ni siquiera después de la guerra siento que pueda construir un futuro allí, aquí es más fácil. Me gusta mucho España, si voy a Ucrania será para ver a mi familia, de visita, pero no mientras dure la guerra”.
Estudia en la UCLM
Su vida ha dado un vuelco total este año, ahora empieza a parecerse, aunque con más estrecheces, a la que dejó atrás. La Universidad de Castilla-La Mancha le ha facilitado matricularse de filología inglesa en Ciudad Real, “también son gente maravillosa que me han acogido y me han ayudado un montón”. De los estudios de filología aquí dice que son muy difíciles, “pensé que sería más fácil, pero no”, explica, quizá por eso de estudiar una tercera lengua con la segunda como base. “Cuando me preguntan en qué idioma pienso respondo que ni lo sé, pienso en cuatro idiomas, el mío, el español, el inglés, y ahora estoy empezando con el francés”.
Su mundo se ha estrechado en lo físico, “Kiev es una ciudad enorme, aquí a veces me siento un poco encerrada, esto es pequeño en comparación”, pero lo compensa caminando mucho, “a veces no cojo ni el transporte vengo de Miguelturra a la universidad caminando”.
Que sea optimista respecto a su adaptación aquí no le impide reconocer que la vida fuera de su país es difícil, y entiende que la gente vuelva a Ucrania, pese a la guerra, “nos hemos acostumbrado a las barbaridades, los refugiados no queremos vivir de ayudas. Es duro cuando has tenido lo básico depender de otros para lo esencial, entiendo que muchas personas hayan vuelto, conseguir un trabajo es difícil. Al final un negocio es un negocio y la gente no te contrata por pena, sino porque valgas para el puesto, y eso es difícil si no conoces el idioma”.
De Ucrania echa de menos “muchísimas cosas. Soy muy ucraniana, muy nacionalista, echo de menos Kiev, no tanto a la gente porque contacto con ellos por teléfono, pero sí el alma de la ciudad, y también la comida ucraniana”. Los días previos al Carnaval de Miguelturra, que iba a vivir “a tope” para resarcirse de tanto sufrimiento, esperaba un envío de una comida ucraniana que le gusta mucho, “un pescado en salazón que me va a mandar mi madre”. A su madre la espera de vuelta en cuanto su padre se restablezca.
Sobre la deriva de la guerra no es optimista. “Tengo la sensación de que el mundo se ha cansado de la guerra de Ucrania y no se toma en serio la situación. Incluso cuando hago videos en Tik-Tok la gente me dice sí, sí, la guerra de Ucrania, pero y Siria, y otros países de los que no se habla. Todo es horrible, lo sé, pero esto está pasando en el corazón de Europa. Mi país está desprotegido, ahora todo el mundo habla de la guerra en Ucrania pero nosotros ya teníamos guerra antes en Donestsk y Lugansk”.
“Se siguen haciendo cosas horribles”
Con contacto diario con su madre y los amigos que siguen en Kiev explica que ahora no hay ataques tan seguidos como al principio, pero “los rusos siguen haciendo cosas horribles con los mercenarios Wagner”, y suelta una reflexión que resume cómo de grande es la brecha que se ha abierto entre rusos y ucranianos: “Yo estoy segura de que Putin no dice hay que violar así o matar a estas mujeres y niños, él solo ha dicho que necesitamos este territorio, pero los rusos son tan malvados que hacen esas cosas”.
De su acogida en España no tiene ninguna queja, cree que está mejor que otras compañeras de estudios que se han refugiado en Francia o Alemania, “no me molesta que me pregunten, me gusta, veo que la persona tiene interés y quiere saber más de mí. Lo que no me gusta es que alguna gente piense que los rusos y nosotros somos lo mismo”.
“Gracias a toda la gente que nos apoya”
Se siente superagradecida a Crean, a Cáritas, a la parroquia de Miguelturra, a la UCLM, “y a toda la gente que nos apoya y nos ayuda. Han hecho tantas cosas por nosotros en un año que no lo olvidaré en la vida. Siento que aquí tengo otra familia. Si hubieras más personas como ellas el mundo sería mejor”.
La guerra va para largo
El fin de la guerra lo ve lejano, “durará, parar esto no se puede, y si se mete Europa empieza la III Guerra Mundial, no sé, cuesta pensar que haya pasado. Yo nací en una ucrania en libertad, ya independizados, nosotros solo queremos eso, vivir en libertad”.
Reconoce que es raro seguir la guerra a distancia y con su familia allí. “Hay comunicación con Ucrania pero como tienen pocas horas de luz no siempre que me entero de algún bombardeo hay conexión para hablar con mi madre. También me sorprende la tranquilidad con la que amigos en Kiev asumen las alertas por bombardeo. Es terrible pero la gente se ha acostumbrado a vivir en guerra, a veces hablo con mi mejor amigo de allí y escucho las alertas, me dice, ‘sí, son las sirenas’, y al día siguiente me cuenta donde cayó la bomba. Acostumbrarse a la guerra es un trauma, saldrá todo el país traumatizado”.