María José Ramírez llegó a España con seis años procedente de Guinea Ecuatorial, justo después de aquella Navidad del 94, que era un año que el país asumió con ganas porque en verano la Selección jugaba el Mundial en EEUU y, de nuevo, eran favoritos para traerse la primera Copa del Mundo.
Sin embargo, la historia de la Selección acabaría por repetirse, con la nariz de Luis Enrique desangrándose contra Italia y el país llorando con una impotencia que venía arrastrándose desde finales de enero, cuando España se paralizó en huelga general contra la reforma laboral del Gobierno.
Para María José todo aquello que estaba ocurriendo pasaba de largo, como un ruido de fondo que no acaba por colarse en el primer plano por mucho que retumbe. Para ella, lo importante era su propio cambio, su nueva vida, su adaptación a un nuevo entorno del que tenía todo por descubrir.
Veintisiete años después de haber sido la primera niña negra en el Colegio San José de Puertollano rememora para Lanza aquellos días y su ejemplar proceso de integración.
“Mi llegada al colegio fue casualidad. En ese momento era el único con comedor y aquello inclinó la balanza para que acabase aquí”, rememora frente a la fachada del centro educativo.
Su ingreso en el colegio generó expectación. El mismo día de su presentación, Conchita, quien fuese su primera profesora, fue la encargada de explicar a los que iban a ser sus compañeros la nueva situación que se presentaba, que para el centro al completo era todo un acontecimiento.
Al sonar los nudillos sobre las puertas cerradas de la clase, los niños la miraban con los ojos ojipláticos, mientras que María José esperaba junto a Toñi, su madre adoptiva, instrucciones sobre lo que tenía que hacer. “Recuerdo aquellos primeros instantes mirando todos los rincones, ubicándome desde lejos y con un poco de miedo”.
Para ella, explica, “era salir de un lugar donde todos éramos negros a ser la única que lo era”. Pese a esa situación, su integración fue rápida. “Enseguida conecté con todos los compañeros. Todos querían compartir momentos conmigo. Recuerdo a Laura, a Carolina, a Cristina, a Gema…Tuve una infancia en el colegio muy feliz”. Su presencia pronto se hizo notar entre las galerías de un centro donde el silencio se deshizo entre su risa sonora, su interminable don de la palabra y sus carreras desorientadas que muchas veces obligaron a decir su nombre a voces como única forma de pausa.
M.J Ramírez: “A los diez años tuve un momento en el que me sentí abandonada”
“Para mí fue muy importante sentirme aquí bien. Aquello facilitó mi proceso de integración”. “El hecho también de venir siendo tan pequeña hizo que no tuviese grandes baches emocionales. Conozco casos de chicos que vinieron siendo más mayores y han tenido procesos de adopción mucho más traumáticos”.
A Ramírez las preguntas le llegaron cuatro años después de su llegada a España, en una de sus primeras visitas a su familia biológica con la que siempre ha mantenido el contacto. “La primera vez que bajé a Guinea sí que sufrí emocionalmente un terremoto. Después de estar allí tres meses, en mi cabeza asonaron todas las preguntas posibles. Llegué a sentirme abandonada y me costó aceptar que mi adopción era la mejor de las suertes que he tenido en mi vida”.
A los dieciocho llegaron nuevas curvas. Hasta entonces había vivido en España con un permiso de residencia que sólo se mantenía vigente mientras estuviese estudiando o trabajando. “Aquella carta fue también un choque importante. Con dieciocho años tenía la necesidad de seguir estudiando si no quería regresar a Guinea”.
M.J Ramírez: “A veces los microracismos nacen de los tabúes que crea la sociedad para no ofender”
Aquello la obligó a compaginar un trabajo como camarera con un Grado Superior, que acabaron conduciéndola a estudiar Sociología en la Universidad de Granada, que ha completado con estudios en Trabajo Social; todo ello relacionado con su vida, con su propia integración en una sociedad que ha cambiado y a la que le han crecido los tabús.
“En una sociedad donde han crecido los derechos, hemos dejado de llamar las cosas por su nombre. Me hace gracia cuando la gente te llama “morena” o “negrita” o “persona de color”, alertando que esas expresiones que no buscan herir, sino todo lo contrario, en realidad son “complejos de una sociedad que sin querer aplica microrracismos”.
En el año 94 la inmigración en Puertollano era casi testimonial. Casi treinta años después, la ciudad minera acoge a numerosas personas procedentes de muchos países de todo el mundo con los brazos abiertos. Para el Colegio San José, María José fue un antes y un después. Tras ella, han sido decenas de niños extranjeros los que han disfrutado de los días de niña María, de la vida de San Pedro Poveda o de la caminata popular que organizan cada año. Ella ha sido un ejemplo de integración completa y en los pasillos aún los profesores más veteranos la recuerdan con cariño como también lo hacen los que fueron sus compañeros.