Marcados por el recuerdo de la muerte de Jesucristo, los manzanareños recorren a pie cada Viernes Santo el Paseo Príncipe de Asturias, pasan el río Azuer y llegan al Cristo de las Agonías, donde la escultura de la “mano tendida” provoca un viaje a través de la historia a las raíces de la tradición popular.
El pueblo cuenta que, hace más de dos siglos, la antigua imagen de Jesús del Perdón fue capaz de conmover al ejército de Napoleón en la Guerra de la Independencia y evitó de forma milagrosa la venganza de los galos pese a la vil matanza que los autóctonos habían protagonizado años atrás en un hospital controlado por los extranjeros.
Después de bucear con ahínco en papeles de décadas pasadas, el profesor de química e historiador Antonio Bermúdez habla para Lanzadigital.com del origen histórico de esta tradición popular que podría explicar el patronazgo de Jesús del Perdón en Manzanares y la relevancia de personajes como Pedro Álvarez de Sotomayor.
La Guerra de la Independencia y la matanza del hospital de Manzanares
El comienzo de todo lo marca el Levantamiento del 2 de mayo y el estallido de la Guerra de la Independencia en 1808. Antonio Bermúdez recuerda a los “miles de soldados” dirigidos por el general Pierre Dupont que surcaron La Mancha en torno al 26 de mayo en dirección a Cádiz y el hospital instalado en el convento de las carmelitas Manzanares para atender las molestias típicas de la caminata: rozaduras, escoceduras o problemas gastrointestinales.
En Valdepeñas fueron los primeros enfrentamientos, donde el general de brigada Louis Liger-Belair y su tropa de unas quinientas personas sufrió una auténtica escabechina. Los documentos hablan de que pudo haber hasta 300 muertes francesas y “por lo menos 40 entre las gentes de Valdepeñas”.
La sed de sangre se trasladó a Manzanares, donde un jinete llegado desde Valdepeñas fue capaz de convencer a algunos paisanos y a segadores forasteros de pasar por el cuchillo a la pequeña guarnición de soldados que había en el hospital francés, incluidos los enfermos.
Antonio Bermúdez cuenta que “fue entonces cuando apareció un complejo de culpabilidad entre la gente de orden de Manzanares”, cuyo miedo a las represalias marcaría el futuro. A partir de entonces, la vida de los manzanareños estuvo marcada por “la espera de la venganza”.
El sentimiento de culpa en el imaginario colectivo
Sin embargo, habrá que esperar un año, a 1809, para observar las consecuencias de este sentimiento de culpabilidad que llevó al sacerdote Pedro Álvarez de Sotomayor a arrodillar al Pueblo de Manzanares para “salvar a los fieles de la venganza”.
El historiador recuerda que la venganza podría haber llegado cuando las maltrechas tropas de Liger-Belair retrocedieron a Manzanares tras el desastre de Valdepeñas, como ocurrió en Córdoba tras el Desastre de Bailén, donde los franceses “saquearon conventos, violaron monjas y robaron muchas obras de arte”.
El general Dominique-Honoré Vedel también tuvo la misma oportunidad este mismo año. Su honor y la palabra dada a las autoridades locales es la que salvó a los vecinos de las represalias. Bermúdez considera que “Manzanares siempre tendrá una deuda de gratitud con este general”, un hombre que quizá no ha tenido suficientes reconocimientos porque las gentes del lugar hubieran hecho más méritos para ganar el calificativo de “afrancesados”, que tienen desde que los galos instalaron en la ciudad la capital para gestionar sus ejércitos en la provincia.
La “mano tendida” a los franceses
Después de un año de guerra, Manzanares vivió el hecho singular que ha recortado hasta la actualidad la sabiduría popular, y que lleva al vecindario a repetir el recorrido que mujeres, niños y mayores protagonizaron junto al sacerdote Pedro Álvarez de Sotomayor hasta el Cristo de las Agonías.
Huido el alcalde, a Pedro Álvarez de Sotomayor, que hoy da nombre a un instituto en la localidad, le tocó recibir a las trompas francesas del general Sebastiani cuando, tras pasar por Almuradiel y Valdepeñas, rodeaban Manzanares en dirección al cuartel general de Daimiel. Bermúdez cuenta que “el pueblo de Manzanares salió con el Cristo arrodillado para suplicar clemencia” y así evitar la “idea homicida” de venganza.
Entre las curiosidades que afloran de este hecho hay que destacar el papel milagroso concedido por la Hermandad de Jesús del Perdón y los devotos de Manzanares a la imagen de Jesús del Perdón a la hora de eliminar el deseo de venganza por parte de los franceses, y también que no existe ningún documento que atestigüe que eso pasó, ya que en los años posteriores los vecinos llegaron a considerarlo como una humillación.
Desde un punto de vista histórico, Antonio Bermúdez pone en entredicho la intención de venganza por parte de los franceses en recuerdo de la masacre del hospital, porque el ejército francés venía triunfante, no tenía necesidad de enfrentarse a un grupo de mujeres, niños y ancianos -los hombres habían ido a la guerra-, y tampoco habían llevado acciones semejantes en otros pueblos como Valdepeñas.
Asimismo, cabe destacar que la única constancia de este episodio transmitido durante décadas por el boca a boca es un fajín que entregó el general Sebastiani al pueblo para simbolizar el perdón. Este fajín, que sobrevivió a la Guerra Civil porque estaba guardado en una casa particular, todavía se conserva y lo lleva en la madrugada del Viernes Santo el patrón de Manzanares.
La tradición vivió su apogeo en los años 60 y 70
Entre las derivas del acontecimiento está desde el nombramiento del Jesús del Perdón de Manzanares, reconocido de forma oficial en 1905 aunque desde mitad del siglo XIX existen referencias, a la marcha que protagonizan los vecinos cada Viernes Santo y que llegaba a movilizar a “una masa ingente de personas” en los años 60 y 70.
Si la imagen de Jesús influyó o no para otorgar el perdón a los manzanareños es cuestión de fe, pero lo que sí es verídico es el efecto que ha tenido este acontecimiento histórico en el devenir de los vecinos de la ciudad.