Rotando a gran velocidad, alimenta esta nebulosa y crea su estructura filamentosa tan característica
El catálogo Messier es de gran utilidad para los aficionados porque señala los objetos nebulosos más fáciles de ver en el cielo nocturno, así que es un excelente punto de partida si vamos a observar el cielo con prismáticos o con telescopios pequeños. Messier publicó una primera versión en 1774 con 45 objetos, y luego la completó en 1780 hasta 70 objetos y en 1780 con un total de 103. Tras su muerte, otros astrónomos lo ampliaron hasta 110 objetos a partir de las notas que dejó Messier. Curiosamente, lo que le interesaba a él no eran las nebulosas o galaxias, sino los cometas, y este catálogo era más bien de cosas que le interesaba evitar en sus observaciones, para no perder el tiempo con objetos que va había comprobado que no eran cometas. Tenía muchas ganas de incluir este primer objeto del catálogo de nebulosas de Charles Messier en las postales del Universo, porque tiene una historia muy interesante detrás. Sin embargo me ha llevado tiempo tener una foto con calidad suficiente. M1 está situada en la constelación de Tauro y, pese a tener un tamaño grande (seis años luz de diámetro), se ve pequeño en telescopios de aficionado ya que está muy lejos (6300 años luz). Por esta razón, se ve desde la Tierra cinco veces más pequeño que la Luna llena. Para obtener esta fotografía necesité 6h30m de exposición total usando mi telescopio de 1 m de focal.
Esta nebulosa proviene de la explosión de una estrella supermasiva en forma de supernova el 5 de Julio del año 1054: hace un instante en términos astronómicos. Este dato se conoce muy bien, porque la explosión fue tan tremenda que pudo verse su luz incluso durante el día durante casi un mes, y en el cielo nocturno durante 1 año y nueve meses. En su momento álgido, alcanzó un brillo 4 veces mayor que el de Venus, el planeta más brillante en nuestro cielo nocturno. Todos estos datos los conocemos gracias a registros de astrónomos chinos y árabes que se han conservado. Incluso se ha sugerido que los indios navajos americanos en Arizona y Nuevo Méjico pudieron hacer referencia a este evento en algunos petroglifos que se conservan, aunque no está claro que se refieran justo a esta supernova, y no por ejemplo la anterior del año 1006 que fue aún más brillante.
Para los astrónomos chinos de la antigüedad, todos los objetos que aparecían en el cielo un tiempo y luego se marchaban se llamaban “estrellas invitadas”. Podían ser novas, cometas, asteroides o –como en este caso– supernovas.
Pasado este primer momento de la explosión, todo el mundo se olvidó de esta “nueva estrella” (que no lo era) hasta que, en 1771, John Bevis descubrió la nebulosa que aquella gran explosión había dejado tras de sí. No obstante, no se estableció su relación con la supernova de 1054 hasta que mucho después, ya en 1921, se compararon fotografías tomadas en distintos años y se vio que la nebulosa se expandía a un ritmo de unos 0.2 segundos de arco por año, lo que corresponde a unos 1800 km/s. Calculando hacia atrás su expansión, se vio que su origen podía corresponder con la supernova SN1054.
Más tarde, en 1968, el radiotelescopio de 300 metros de Arecibo, en Puerto Rico, detectó una fuente de ondas de radio proveniente del centro de la nebulosa. La emisión era pulsada, es decir no continua sino como un parpadeo muy rápido, cada 33 milisegundos. Esto es típico de las estrellas de neutrones que pueden quedar después de una explosión de supernova, que rotan muy rápido y cada vez que su eje apunta hacia la Tierra nos llega un “pulso”. Por esta razón a estas estrellas se les llama también “púlsares”. Al año siguiente, se detectó la señal óptica de esta estrella, muchísimo más tenue: fue la primera vez que se encontraba la contrapartida óptica de un púlsar. Además de la radiación de radio, también se han detectado rayos X provenientes de M1. Cada tipo de onda nos proporciona información diferente y complementaria sobre la fuente que la emite.
Una interesante utilidad que ha tenido M1 se debe a que está muy cerca del plano en que se encuentra el Sol y los demás planetas, la eclíptica. Gracias a esto, todos ellos pasan de vez en cuando entre M1 y nosotros. De esta manera, la radiación X sirvió en 2003 para sacar “radiografías” de la atmósfera de Titán –la principal luna de Saturno–, y así sabemos que tiene 880 km de espesor. Por otra parte, las ondas de radio atravesando la corona solar cada mes de junio sirven para crear un mapa cada vez más detallado de su estructura y densidad. ¿Quién iba a decirles a aquellos primeros astrónomos que la estrella invitada que contemplaban iba a tener tanta transcendencia?