El fontanero contra el erizo
Corrían los años ochenta cuando Shigeru Miyamoto creara un simpático fontanero italiano que revolucionaría el mundo de los videojuegos (y en 2023 los cines, pero ya hablaremos de eso). Prácticamente al mismo tiempo la compañía Sega creaba el gamberro erizo de color azul que iba corriendo a todas partes: había nacido la guerra de consolas.
A finales de los 90 hubo una nueva revolución de las consolas, entrando nuevos y flamantes contendientes a esta particular trifulca: Sony y Microsoft. Se iniciaba de esta manera la particular carrera armamentística en la que unos eligen la potencia, otros la calidad creativa, como dos ratas por un churro. Y no es para menos, desde que comenzaran a comercializarse las primeras consolas a finales de los 80, en raras ocasiones conseguían superar los 10 millones de ventas. Siendo las más exitosas Súper Nintendo y Sega Mega Drive, que vendieron 49 y 30 millones respectivamente.
Nintendo 64 consiguió una generación después vender unos 33 millones, pero cuando Sony consiguió meter más de 100 millones de consolas en hogares de toda la tierra, las compañías empezaron a plantearse qué estaban haciendo con su dinero.
Llega el gigante de Redmond
Sacando músculo con su flamante motor de juegos Direct X, el equipo de Bill Gates entró en el mercado de consolas prometiendo arrasar con todo. Xbox consiguió unos honrosos 31 millones, sin embargo, lejos estaban de abrir el champán con los vecinos de Sony vendiendo más de 155 millones de PlayStation 2, convirtiéndose en la más vendida hasta la fecha.
Llegaron los grandes eventos de videojuegos, el auge de las presentaciones y de la prensa mundial. Grandes estudios de videojuegos comenzaron a crear mejores franquicias al margen de las grandes empresas. Fue entonces cuando ambas se dieron cuenta, de que el gato al agua se lo llevaría quien controlara esos grandes juegos. Algunos sin duda le sonarán: Assassin’s Creed, Elder Scroll’s, Diablo, Final Fantasy… Había comenzado la Guerra Fría.
Con la octava generación, la potencia de las máquinas pasó a un segundo plano empezando a resaltar el contenido de ambas. Quien tenga los mejores juegos gana. Ambas empresas jugaron bien sus cartas, pero PlayStation vendió 117 millones, más del doble que su contrincante.
Puede que Microsoft no pudiera conseguir juegos tan buenos como los que desarrollaban otros estudios, pero había algo que sí podían hacer: comprarlos. Los americanos se lanzaron a la compra de grandes compañías de videojuegos. Compras como Mojang, creadores de Minecraft, o Bethesda, colocaron a Microsoft a la vanguardia de los creadores de videojuegos de nuevo. Con esa cantidad de contenidos, Microsoft decidió de ponerse a la cabeza del servicio de videojuegos para los usuarios creando Game Pass. Una suerte de “Netflix de los videojuegos” en funcionamiento a través de suscripción. Un movimiento que ha conseguido generar una gran cantidad de usuarios.
Hasta aquí el equilibrio de poderes se mantenía por los pelos. Pero entonces, en enero de 2022, Microsoft lanzaba el misil: compraba Activision/Blizzard/King, por 68.000 millones de dolares.
Todo al rojo
Activision es la mayor empresa de videojuegos del mundo. ¿No le suena? Los videojuegos Diablo, World of Warcraft, Overwatch, son algunos de los de Blizzard y si tiene dudas con Activision sólo tiene que saber un nombre: Call of Duty. Si eso de King no le suena nada, puede que sí haya jugado alguna vez a Candy Crush (1.000 millones de descargas). Activision en esos momentos se encontraba sumida en una profunda crisis interna por diferentes acusaciones y procesos judiciales de todo tipo.
Dada la envergadura de la compra, Microsoft se veía obligada a exponerla a los diferentes mecanismos de control económica de la tierra para su aprobación. Muchos países dieron su conformidad con el acuerdo: Arabia Saudí, Brasil, Japón y Sudáfrica fueron algunos de ellos. El cruce de acusaciones no tardó en llegar, Sony aseguraba que Microsoft trataría de hacer exclusivos los juegos de la compañía que compraba. Mientras tanto Microsoft cerraba acuerdos con todas las plataformas posibles para demostrar que su objetivo no era eliminar a Sony, sino adquirir y expandirse en la industria de juegos móviles.
Finalmente y contra todo pronóstico, la CMA (Competition & Markets Authority), emitía un informe por el que consideraba que la compra rompía todos los principios del mercado. Argumentaban en dicho informe que la compra haría que Microsoft se hiciera con gran parte del mercado de juegos… en la nube. De todo cuanto pudieran decir o criticar de dicha compra se centraban en lo menos importante. Las cosas se le ponían cuesta arriba al bueno de Phil, porque no sólo los ingleses afirmaban que no era aconsejable la compra, sino que prohibirían que la compañía actuase en territorio inglés de llevarla a cabo.
De no poder llevar a cabo, Microsoft tendrá que pagar 3.000 millones de dólares Activision por las molestias (calderilla) y los últimos exclusivos de la compañía no han funcionado como deberían. Definitivamente este no es el mejor mes de Phil.