“Elvis y yo”, las memorias de Priscilla Beaulieu Presley, esposa de Elvis Presley desde 1967 a 1973, es la fuente de inspiración del octavo largometraje de la elegante y sofisticada cineasta Sofia Coppola, una más que dignísima profesionalmente hija del grandísimo Francis Ford. Lo ha demostrado fehacientemente hasta la fecha.
Y si hasta el momento “Lost in translatión” y “Las vírgenes suicidas” suponían para quien esto escribe las cumbres de su filmografía, este último trabajo suyo las acaba superando y se convierte en uno de los cinco mejores estrenos que llevo vistos en lo que va de primer tercio de 2024, por cierto, un comienzo de año verdaderamente rutilante y espectacular en cuanto a la calidad de los estrenos cinematográficos se refiere.
El caso es que esta historia de dos verdaderos iconos del pasado siglo acaba convirtiéndose en un sutil retrato de la relación, o de cierta relación tóxica en la pareja. También del espejismo que suponen tantísimas veces los amores incondicionales o idealizados, de las ilusiones rotas, la pérdida de la inocencia y frustraciones varias relacionados con ese órgano que tantas marejadas provoca llamado corazón.
Por otra parte, retrata perfectamente el aislamiento de una adolescente de catorce años fascinada por el Rey del Rock, a la que paulatinamente se nos es descrito cómo inicia su camino hacia el desencanto y la emancipación.
También se deja constancia de las oscuridades de su marido, pero sin hacerlas evidentes ni estridentes, casi como quien no quiere la cosa. De ahí esa “inquietante placidez” con la que he subtitulado esta reseña. Están formidable Cailee Spoeny y Jacob Elordi en los roles de ambos. Es más, Elordi sin parecerse casi nada, se complementa perfectamente con el retrato que se marcara hace dos temporadas el Austin Butler de la notabilísima “Elvis” a secas.
Ambos títulos son la demostración palmaria de los múltiples o poliédricos rostros que un personaje popular, o cualquiera de nosotros, puede proyectar según quien sea el interlocutor, en este caso la susodicha. Lo cual convierte el asunto en algo más perturbador. Todo ello mecido por una exquisita y formidable banda sonora de la época recreada por intérpretes del momento o versionados posteriormente.
Por ahí suena de la deliciosa “Venus” de Frankie Avalon al “Sweet La familia del cantante se negó a ceder los derechos de sus canciones, algo que le acaba confiriendo a la propuesta un sello curioso y un tanto especial. Por supuesto, hay momentos tiernos, delicados, pues me atrevería a decir que estos se producen casi en toda relación, hasta la más perjudicial.
Y aquí están muy bien insertados, lo cual contribuye a provocar, o a que al menos me lo provoque a mí, un todavía mayor desasosiego. Y es que el amigo si nos atenemos a la versión de Priscilla se las traía, adicto a las pastillas, emocionalmente inestable, con un singular vínculo materno y vaporosamente controlador.
Gran película.