En 1907 aprueba el poeta Antonio Machado (Sevilla, 1875-Collioure, 1939) las oposiciones a la cátedra de francés, eligiendo la vacante de la ciudad de Soria, donde estuvo hasta 1912, fecha en la que se traslada a Baeza para continuar impartiendo sus clases en el instituto de esa localidad andaluza. En 1919 retorna a Castilla, para tomar posesión como catedrático de lengua francesa en el Instituto General y Técnico de Segovia.
El pintor y escritor Gabriel García Maroto (La Solana, Ciudad Real, 1889-Ciudad de México, 1969) visita al poeta en diciembre de 1926 y publica en abril de 1927 en la revista Nuevo Mundo un artículo titulado Antonio Machado, profesor en Segovia, época en la que residía Machado en la ciudad del acueducto impartiendo clases de francés en el citado instituto.
En el artículo Maroto narra el nuevo destino del profesor “Tras de Soria, tras de Baeza, el poeta encuentra en su camino de profesorado oficial la ciudad de Segovia. Siete años hace que en Segovia vive el poeta, que Segovia alberga al poeta”. […] “Hace siete años que en una tarde fría, Antonio Machado, cantor, con acento amargo y profundo, de Castilla, viajero de mirar amoroso, llegó a la ciudad”.
Y continua “Machado, con voz grave, con su apasionado y singular acento, dijo su canción, no perdió el vuelo de su canto. En Soria, en Baeza, en Segovia creó su obra perfecta”. El poeta ya había publicado alguna de sus grandes obras: Soledades, galerías y otros poemas (1907) y Campos de Castilla (1912).
Machado se alojaba en la pensión regentada por doña Luisa Torrego en la calle de los Desamparados, hoy Casa Museo dedicada al escritor, “Guiado el poeta por amigos recientes, buscó posada pobre, como correspondía a su pobreza. Y pobre la encontró y recogida, y perdidiza” […] “Pasillos obscuros, techos bajos y alabeados, habitaciones reducidas”.
Prosigue el artículo relatando el primer paseo machadiano que empieza a primera hora de la mañana camino de su trabajo: “Tempranito, temprano, a la calle. Antonio Machado atraviesa Segovia con su paso tardo, caminito de su obligación. Calle de los Desamparados, calle de Escuderos, Plaza Mayor, calle de Juan Bravo, el Azoguejo, la agria cuesta de la Amargura, que a lo largo del Acueducto conduce al Instituto feo, abandonado, odioso”. García Maroto había acudido a una clase impartida por el profesor andaluz: “En esta mañana fría de Diciembre, en un aula inhospitalaria, durante una hora, hemos sido alumnos oyentes del poeta de las Soledades, profesor de francés”.
Cuando terminaba las clases, Machado regresaba de nuevo a la pensión “por el mismo camino seguido en horas anteriores, en días y en años idos, vuelve a la casa de la calle de los Desamparados, a su cuartito de estudiante, a la comida con el abogado del Estado, con el empleado del Catastro, a apostillar con desgana o zumba contenida diálogos anodinos”.
Era tan fría la habitación donde se encontraba hospedado el profesor que se estaba mejor al sol de la calle, por lo que García Maroto comenta en su artículo: “Tras comer, la calle, A la calle otra vez, con su andar pesado, costoso, deshilachado, desgarbado. Son las clases casi todos los días las que le obligan al desasosiego que tan mal hace a su exigente intimidad, a su naturaleza recogida; son otras veces los cordiales amigos, el taller atrayente de Fernando Arranz –el ceramista apasionado–; suele ser el buen sol, el fino vientecillo serrano”. […] “el taller de Arranz, donde Machado pasa algunas horas en buena compañía”. Antonio Machado se movía en determinados círculos de Segovia, principalmente en las reuniones celebradas en el alfar de cerámica de Fernando Arranz, donde se discutía y dialogaba sobre arte y literatura. Las tertulias eran frecuentadas por un grupo heterogéneo de profesores, pintores, catedráticos, ceramistas, periodistas y otros personajes de la vida cotidiana de Segovia.
Y termina el artículo: “Estas son las sugestiones plásticas que hemos querido recoger en la ocasión presente; estos son los temas diversos a que liga su vida un egregio poeta a quien obligaciones apremiantes del vivir han hecho, durante veinte años, profesor modesto, aunque honesto, de bachilleres provincianos”.
Gabriel García Maroto acompaña el texto con unas ilustraciones de la casa de huéspedes donde habitaba Machado, la calle que llevaba al instituto, el aula donde impartía clases de francés, el taller del ceramista Arranz y un dibujo del rostro de Antonio Machado.
Cuenta también García Maroto en su libro Promoción de México, escrito en el exilio, su recorrido por las tierras castellanas de Segovia y su encuentro con Machado: “Las largas pláticas tenidas con el hombre grande don Antonio Machado, modesto profesor de francés en el Instituto segoviano de segunda enseñanza, y poeta máximo, sin duda, de las generaciones a que mi conocer directo alcanza, tuvieron para mí un valor que llamaré sencillo, calador, humano”.
Antonio Machado falleció el 22 de febrero de 1939 en Collioure, pueblecito francés cerca de la frontera española. Hacía menos de un mes que acompañado de su madre de 88 años y de su hermano José y su mujer habían llegado a esta localidad francesa. Tres días después de la muerte del poeta falleció su madre. En estas trágicas circunstancias murió en el exilio el más joven poeta de la generación del 98, el andaluz de Campos de Castilla, el autor de Juan de Mairena, el “filósofo” en la voz de Abel Martín en su cancionero apócrifo, el dramaturgo de La lola se va a los puertos, el gran poeta universal Antonio Machado. La tumba de Antonio Machado en Collioure se ha convertido en un testimonio histórico del exilio.
El poeta Gabriel García Narezo, primogénito de Gabriel García Maroto, le dedicó el poema titulado Machado entre nosotros, acompañado de un dibujo de José, el menor de los hijos de García Maroto. He aquí algunos versos: Hablo a tu corazón, / al latido que vive en tus palabras, / al luminoso atardecer soriano, / al horizonte yermo, / al humo azul / y al aire entre las hojas de los álamos. / Le cuento a tu dulzura / el desterrado amor que siento por la tierra / que amaste hasta la muerte. / A tu bondad le llevo / un hondísimo abrazo / que llega hasta tu tumba, / final destierro, tierra desterrada, / definitivo exilio de tu cuerpo.