Ya lo sabíamos. Estábamos avisados que esto iba a ser muy largo. Que había que tener paciencia. Que se iba a sufrir mucho. Que no había que equivocarse. Que lo normal es que las equivocaciones acabasen en gol. Que quitarían puntos. Que en Primera la intensidad era enorme, que iba a haber poco tiempo para decidir y menos para ejecutar. Pero no es lo mismo saberlo, que vivirlo. Y es que los partidos de Valdepeñas se viven sin ningún momento de tranquilidad. Y solo van 5. Quedan 25.
La tarde de Cartagena fue un constante ataque de nervios. Una vez más, Valdepeñas comenzó perdiendo. Una vez más, Cartagena se adelantó en los primeros minutos de un partido como visitante. Valdepeñas respondió como nunca antes hizo. Agobiando, acorralando al rival con recuperaciones y ocasiones continuas. El equipo se vació. Lo dio todo. Marcó 3 goles en 7 minutos y se adelantó 4-2. Pero otra vez los fallos en ejecución y las malditas equivocaciones arrebataron puntos. Aquella tarde hubo mucho sufrimiento y algo de placer. Porque sufrir junto a la gente de Valdepeñas, junto a los locos de azul, siempre tiene algo de placer. Es una suerte que existan. Es una suerte que su equipo sea Valdepeñas. Que acudan por cientos a un pabellón que está a 60 kilómetros de su casa. Que viajen cuando puedan, donde sea, y que silencien pabellones. Son un tesoro para el club. Tienen mucho mérito. Porque eso no lo hace cualquiera. Ni siquiera cuando las cosas van bien.
Eso lo saben bien en Manacor. Donde hubo un tiempo, en la temporada 07/08, que su equipo de fútbol sala, el Fisiomedia Manacor, el de Pato, Beto, Grello, Paulinho y Miguelín, fue campeón de Segunda y ascendió a Primera. Tuvo que irse del pueblo porque su pabellón no cumplía los requisitos que exigía la LNFS y debía ser reformado. Se trasladó a Inca, a 40 kilómetros. Y aunque era el debut del club en Primera División, la gente no respondió como se esperaba. Porque querían llegar a 800 socios y se quedaron en 250. Esperaban una media de más de 1.000 espectadores por partido y apenas llegaron a los 400. Las empresas de Manacor dijeron que les apoyarían cuando regresaran. Las de Inca, que antes estaban los equipos de su pueblo. Colistas, desesperados ya en enero, llegaron a no cobrar la entrada para recibir a un rival directo como era el Azkar de Mimi, Adrián, Riquer (que ese día no estuvieron), de Werner, Cassio y Orol. A mitad de temporada, con el pabellón aún sin reformar, el presidente “decepcionado, cansado, harto y enfadado” con todo y con todos, dimitió. Al final el ascenso acabó siendo un problema y Fisiomedia Manacor descendió.
Regresaron a Manacor, mantuvieron la plantilla y la temporada siguiente, durante las primeras 28 jornadas no conocieron la derrota, desde septiembre hasta abril, 7 meses. Y claro está, volvieron a ser campeones de Segunda División y regresaron a Primera.
El problema del pabellón seguía sin solucionarse porque las administraciones no lo resolvieron. Y se tuvieron que volver a ir. Lo hicieron sabiendo que ya no volverían, que las reformas nunca llegarían. Pero no a Inca, se fueron a Palma. Esa fue la decisión más importante de la historia del club. Porque desde el principio todo les fue bien. Desde el principio el fútbol sala enamoró a la gente de la ciudad. Comenzaron jugando en un velódromo, el Palma Arena. Allí llegaron a reunir 7.000 espectadores en un partido contra el Barcelona. Una salvajada. La temporada del regreso a Primera jugaron la Copa y el play off por el título. Con el tiempo se pudieron ir a jugar a un pabellón, a Son Moix, más adecuado que un velódromo. Y fueron ambiciosos, quisieron ser parte de la ciudad. Cambiaron el nombre del club, que pasó a llamarse Palma Futsal. Cambiaron el escudo, que pasó a ser el de la ciudad, solo que sin corona ni murciélago y añadiéndole un futbolista y unos motivos verdes, el color del que siempre fue la camiseta. Ya nunca dejaron de entrar en Copa ni play off. El club siempre se preocupó de hacer labor social, de estar presente en la vida de la gente. Ahora suelen acudir una media de 2.000 personas a los partidos y con cada temporada, ha aumentado el número de socios. Ahora son 3.000 y hay abierta una lista de espera. Palma es un club feliz, ilusionado, sin deudas, que quiere seguir creciendo y que aspira a ganar algún título, al menos, a llegar a una final.
Eso es lo que Valdepeñas va a encontrar este viernes. Un club grande con una plantilla enorme, que rebosa talento y que está compensada, porque el nivel apenas varía con las rotaciones. El técnico Antonio Vadillo puede poner en la portería a Barrón o Sarmiento (campeón del mundo con D. Giustozzi). A Lolo, Tomaz o Joao Batista como cierres. Como alas tiene para elegir entre Hamza, Joselito, Eloy Rojas, Joao Batista (también) o Paradynski. Y como pivotes a Taffy, Quintela, Mati Rosa o Paradynski (también). Vienen de perder en casa de Xota, pero eso da igual, son el equipo menos goleado y puntuar allí es tan complicado como hacerlo en Murcia, Barcelona o Torrejón.
Valdepeñas volará temprano este viernes por la mañana. Descansará en un hotel, junto al aeropuerto. Comerá, jugará, cenará y dormirá. Regresará al día siguiente. En Son Moix no habrá esquina con gente de azul, ni bombos, ni canciones, ni nadie que calle a Son Moix. Solo los de Vinfortel harán la locura de ir al partido. Valdepeñas saldrá a competir, a ser posible los 40 minutos, saldrá a seguir aprendiendo, a seguir andando el camino, sin rendirse nunca, aunque este atraviese una enorme cuesta, que será la tremenda exigencia a la que Palma somete a sus rivales. Pase lo que pase, habrá que seguir confiando, seguir teniendo paciencia. Porque todo esto saldrá bien, si están todos juntos. Siempre juntos.