Para no andar con misterio, os lo dejo bien claro: este es un mensaje para todas y todos aquellos que por supuesta religiosidad que les viene dada, o como doctos intérpretes de la moral conservadora “como Dios manda” (y por tanto, con profunda reflexión mediante), o por cualquier otro motivo, negáis el más piadoso de los derechos que un ser vivo pueda tener: el de dejar de sufrir. Y sí, con esto me refiero al derecho a una muerte digna, o eutanasia por evitar eufemismos.
No, esto no va para todos aquellos que profesen una religión o sean parte de tal o cual Iglesia por el mero hecho de creer, sino para los que además militan en la imposición de su visión del mundo al resto de los mortales.
Mi tío Pablo ha pasado el último mes primero temiendo y luego sabiendo que moriría sin milagro o solución alguna que la ciencia —por cierto, el único paradigma que ha obrado en todo este trance— pudiera ofrecerle. Pablo ha visto cómo su cuerpo se deterioraba a una velocidad visible por días. Se enfrentó antes a la quimioterapia, pero el cáncer llegó a la cabeza, al hueso, ganglios linfáticos… Perdió la movilidad del brazo izquierdo primero, y luego de las dos piernas, y quedó incontinente.
Pero esto es cosa de poco si se compara con el dolor. Un dolor físico que, siempre según los médicos, es prácticamente el más agudo e incapacitante que se puede tener: el de un tumor que penetra en el hueso. Un dolor psíquico que responde a la angustia horrorosa de verse, cada vez con más violencia, recluido en el propio cuerpo y sin el control de las funciones corporales más básicas… Y un dolor en la propia dignidad, privada de la capacidad de tan siquiera decidir que ya se ha pagado suficiente por una enfermedad sobrevenida que no se elige; que ya se ha pagado a todo y a todos a base de lágrimas, ilusiones que ya no serán y una vida que se quedó en el los interminables campos de la propia imaginación, por los que antes siempre campó la esperanza a sus anchas…
Pablo sabía que iba a morir de forma agónica. No sabía si se ahogaría por insuficiencia pulmonar o si le mataría la toxicidad de la morfina que necesitaba para no volverse loco por el dolor… Pero sabía que sufriría. Y aguantó mucho… Aguantó gracias a su tremenda constitución de roble, adquirida como experto escalador y ávido montañista. Aguantó hasta hace dos días por mor de una salud que, al margen del cáncer, era envidiable; forjada con buenos hábitos desde que, al menos en mi caso, alcanza la memoria…
Aguantó mientras pudo y entonces no pudo más; y quiso morirse.
Pero resulta que en España no puedes morirte cuando lo deseas, ni siquiera cuando sabes que morirás unos días más tarde y con mucho dolor. Y esto es así porque la derecha (en el Congreso), y la Iglesia (desde los púlpitos) ha decidido que así sea. Y lo sé, diréis: “pero existen cuidados paliativos para evitar el dolor”… Pues no.
Ayer administraron sedación paliativa a Pablo con la promesa de no sufrir más; de quedar en un estado de placidez onírica que le permitiría descansar hasta partir, con dignidad y cierto confort… Pero no pasó. Pablo ha estado consciente toda la noche, ha contestado a nuestras preguntas expresando que tenía mucho dolor, y hemos podido ver el horror en su cara y en la de los médicos: “Es un toro”, nos decían, “cualquier paciente estaría inconsciente con un tercio de esta medicación”. Pero Pablo, cautivo en un cuerpo ya privado de todo movimiento, seguía sufriendo mucho…
… y dejad que os lo diga: muy innecesariamente. Habida cuenta de que se le hubiera podido ayudar a morir, tal y como él quería (sin solución alguna de duda sobre sus cabales) se podría haber ahorrado mucha crueldad accesoria.
Entonces, y teniendo en cuenta lo expuesto, me pregunto; bueno, os pregunto: ¿cuál es vuestro puto problema? ¿Qué hostias os pasa por la cabeza cuando os oponéis por credo a que un ser humano pueda decidir dejar de sufrir y que el resto de nosotros podamos ayudarle a terminar?
Mi opinión es que lo que os ocurre es vuestra puta moral abusiva y, sin embargo, miedosa. Una moral que siempre tratáis de imponer y que nos agrede a todos los demás, pero que a un tiempo os define como pequeños y temerosos. Lo que subyace en esa actitud, como siempre, es el miedo que tenéis a que los demás hagamos las cosas de forma distinta a lo que conocéis, a salir de vuestra diminuta zona de confort. Porque si no controláis, no estáis a gusto… ¿verdad?
Lo sagrado no es la vida, sino la forma en que la vivimos. Nadie os pide que ayudéis a morir a vuestros seres queridos si no quieren o no queréis vosotros, pero ¿qué os da derecho a prohibirnos cómo morir a los demás? ¿Por qué os oponéis frontalmente a un cambio en la legislación que a vosotros ni os obliga ni os impide nada? Dejad vivir… y morir. Yo estoy de acuerdo con que decidamos entre todos (o incluso que me impongáis) unas normas básicas de convivencia, o cuánto pagamos a la caja común para funcionar como sociedad, pero ya.
La moral no. La moral es de todos.
No os pongáis nerviosos por los que son distintos, tienen otra cultura o viven su vida de forma diferente. Pablo, sin ir más lejos, era un verso libre. Dejad de sentiros violentados porque cada ser humano elija a quién o cómo amar, cómo concebir o cómo morir. La moral no es vuestra, la moral es, y debe ser, tan diversa como personas hay…
Decía que Pablo siempre fue uno de estos que os descolocan: objetor de conciencia, anti cosumismo, pro legalización de la marihuana… Un tipo fuera de vuestros renglones… y genio y figura. Porque ha sufrido mucho, pero para vosotros, retrógrados que os gusta que nadie se salga del guión, os diré el consuelo que me queda:
Él se despidió de su familia mirando a las montañas de Navacerrada que tanto le gustaban y fumándose un último canuto de su propia cosecha… Me quedo con esa imagen.
Espero que esto, al menos, remueva alguna conciencia. Y si frente a todo pronóstico él está viendo todo desde algún lugar, que se ría a gusto.
En su memoria.
Luis Rubio Bremard
P.S. La foto retrata el momento en que a él le hubiera gustado morir, con una bonita vista y rodeado de su familia, ahorrándose todo un día de sufrimiento inhumano. No obstante, fue el último momento en que pudimos drisfrutar con él. Un momento bonito.