La imprescindible premisa en democracia para poder seguir hablando hace referencia a un sistema donde es consustancial garantizar que ninguna ideología política (que no utilice la violencia) quede excluida para permitir así a toda la ciudadanía expresar sin cortapisas, libremente, aquello que piensa y cree. Esencial también para no llevarse a engaño, reconocer y aceptar que cuando una democracia echa a andar en un país, lo hace en una situación concreta, con un colectivo social determinado que posee distintos niveles culturales y económicos, educados en unas costumbres y hábitos que responden a comportamientos generalizados y comúnmente aceptados. Después de cuarenta años es lo que estamos viendo, para bien y para mal.
Cuando en mil novecientos setenta y ocho viera la luz nuestra actual Constitución, obra maestra de estrategia de entendimiento y consenso político la ilusión por acercar posturas y alcanzar un marco donde empezar a construir la democracia prevaleció sobre todo lo demás. Abril Martorell y Alfonso Guerra fueron autores del boceto de un cuadro sobre el que plasmaron sus capacidades políticos de distintas ideologías pero con gran talla intelectual, los padres de la Constitución. Gabriel Cisneros Laborda, Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón, Manuel Fraga Iribarne, Gregorio Peces Barba Martínez, José Pedro Pérez-Llorca Rodrigo, Miquel Roca i Junyent, y Jordi Solé i Tura.
Durante estos cuatro decenios y tras años de gobierno de la extinta UCD, breves pero encomiables en la transición, la alternancia de la izquierda y derecha en los distintos gobiernos nacionales con o sin necesidad de apoyos de partidos regionalistas, muy beneficiados en la relación voto – escaño, ha sido una constante, aunque en muy distinta proporción: el PSOE durante veintitrés años y quince el P.P., hasta el momento.
Las sucesivas elecciones, hasta las de dos mil quince, siempre ofrecían resultados donde la suma de escaños obtenidos por los dos grandes partidos superaba los trescientos por lo que el bipartidismo era una realidad aparentemente consolidada. Fue en las elecciones de ese año cuando de los trescientos diputados, los dos partidos dominantes se quedaron en doscientos, siendo ocupados esos cien perdidos por dos partidos con nombre nuevo, Podemos y Ciudadanos que recogían votos comunistas y socialistas desencantados los primeros y los segundos, alguno socialista también pero básicamente de las filas populares. Se producía así un corrimiento en esa hipotética línea que marca en la izquierda y derecha las distintas opciones políticas. Pero los desplazamientos fueron asimétricos. Mientras en la derecha suponía un acercamiento al centro, en la izquierda sucedía todo lo contrario, el desplazamiento era hacia la lejanía de ese centro de manera que si dibujáramos con votos las dos longitudes hacia derecha e izquierda, esta última la vería aumentada por lo alejado de las posiciones de los partidos integrados en ese lado. Sin embargo el gobierno estaba en manos del partido popular que había conseguido mayor número de votos.
Y un mal día, lo digo sin ninguna duda, el Secretario General del PSOE, tuvo la equivocada ocurrencia no de ofrecerse a toda la izquierda, nada que objetar, sino también y creo que ahí estuvo su gravísimo error, a los independentistas; y digo esto porque que en esa hipotética línea a la que antes hacía referencia, los independentistas vascos y catalanes no caben pues juegan a otra cosa y en esa otra liga está representada también desde la derecha más conservadora a la izquierda más extrema.
La razón para desalojar a Rajoy, una excusa para alcanzar el poder, fue la corrupción de la que en ese momento el partido de Sánchez no estaba tampoco a salvo con los ERES en Andalucía. Pero para los independentista se trataba de una ocasión única la que Sánchez les ofrecía para seguir sacando más tajada; formaban parte del futuro político de una nación a la que quieren abandonar, algo insólito para ya sabemos que en la política partidista, como el papel, aguanta hasta las frases más absurdas.
En estas nos encontrábamos cuando mira tú por donde hace unos días, en Andalucía se producía un hecho políticamente milagroso. El PSOE andaluz que siempre ha gobernado en esa comunidad, con o sin apoyos, ha perdido pie y como en el fútbol depende del resultado de otros partidos. Pero lo novedoso del caso es que en esos comicios ha saltado la sorpresa por el lado de la derecha. Vox ha sido el artista revelación. Estaríamos asistiendo a la réplica entre la ciudadanía de lo mismo que le sucedió al PSOE con Podemos, pero con una sorprendente novedad; el quince por ciento de los votos obtenidos el partido liderado por Abascal provienen de anteriores socialistas. El Diario el Mundo publica el trasvase de votos que ha existido en las elecciones andaluzas y la conclusión es alentadora: cada día existen menos votos cautivos o viscerales, lo cual aumenta y mucho la calidad de nuestra democracia.
¿Supone VOX una tendencia al equilibrio de fuerzas en esa línea que demarca la derecha e izquierda? Si es así, la causa se me antoja preocupante. Porque si después de cuarenta años de democracia, la tendencia es ir hacia posiciones alejadas, divergentes y extremistas, estaríamos haciendo un pan como dos tortas y esta democracia que los padres de la constitución alumbraron con ilusión y talento empezaría a verse demasiado fracturada. ¿Será que a los españoles el entendimiento político nos acaba aburriendo? Si es así, pongamos imaginación para hacer de nuestra política algo novedoso, pero de una manera inteligente.