Suenan los laúdes de los juglares y los tambores de guerra en el oído del visitante sediento de historias del medievo, dispuesto a descubrir fortalezas y castillos en las profundidades de La Mancha. En su mente, los mercaderes amontonan baratijas, los soldados afilan sus espadas y las curanderas preparan sus pócimas.
No será conocida como “castilla”, pero en esta tierra no son escasos los vestigios de esa parte de la historia que habla de conquistas, órdenes militares, y batallas entre moros y cristianos. Solo hay que mirar al horizonte para intuir la forma de las almenas en los cerros que rompen la llanura infinita, desde el noroeste al sureste de la provincia y por todas las comarcas.
Alarcos, el castillo con la batalla más famosa
La ruta de los 10 castillos propuesta por Lanza, que no pasa por alto el Campo de Montiel de los literatos ni el televisivo castillo de Calatrava la Nueva a lo largo de 340 kilómetros de carretera, tenía que empezar en el castillo de Alarcos. Aquí tuvo lugar la contienda más famosa de la provincia, la Batalla de Alarcos contra los almohades, en la que Alfonso VII tuvo que huir herido en una pierna.
“Los árabes se despliegan para perdición del pueblo cristiano. Una innumerable multitud de flechas sacadas de los carcajes de los arcos vuela por los aires y enviadas hacia lo incierto con golpe certero hieren a los cristianos”, contaron los cronistas en 1195. La derrota retrasó la Reconquista varios decenios, concretamente hasta 1212 tras la victoria de las Navas de Tolosa.
El cerro en el que está situado es uno de los conjuntos arqueológicos más espectaculares de Castilla-La Mancha, por su extensión y por la importancia de los restos ibéricos, romanos, visigodos, musulmanes y cristianos. De planta rectangular, el castillo tiene 9 torres, siete cuadradas y dos pentagonales. Se puede visitar por libre o con guía, bajo reserva previa, tanto el interior como el exterior.
Las vistas del castillo de Piedrabuena
De época islámica también es el castillo Miraflores de Piedrabuena, la fortaleza erigida en los siglos IX y X en lo alto del monte Cerrajón, a más de 700 metros de altura. Desde allí es posible divisar Benavente y Alarcos, además de la lengua de vegetación creada a su paso por el río Bullaque, montes de vegetación autóctona, campos de olivares y los límites del Campo de Calatrava. Este castillo es un estupendo mirador.
La planta es irregular y las dimensiones son reducidas, sin más baluartes que una esbelta torre. En el interior no quedan muchas estructuras visibles, al margen de un gran aljibe central, una pequeña habitación y los restos del adarve primitivo. Tampoco conserva almenas ni foso. El acceso es libre, por el camino a Arroba y el puente de los Moros, construido como muro de contención de las aguas del arroyo de la Peralosa.
Como curiosidad, muchos pueblos construidos en altozanos durante la Edad Media se trasladaron cuando sobrevino la paz a valles y zonas de cultivo. Eso es lo que ocurrió en este lugar: los habitantes dejaron la fortaleza para ocupar el área donde se extiende hoy Piedrabuena, con la peculiaridad que además construyeron un nuevo castillo, el de Mortara, que hoy es la plaza de toros.
Carrión y el origen de la Orden de Calatrava
Llega la parte de la ruta más famosa. En medio de una llanura, sobre una ligera elevación en los márgenes del río Guadiana a 5 kilómetros de Carrión, surgen las imponentes ruinas del castillo de Calatrava la Vieja. Sancho III concedió a la Orden del Císter en 1158 este emplazamiento, que dio lugar al nacimiento de la primera orden militar hispana, que adoptó el nombre propio del territorio, Calatrava.
El castillo, que fue una ciudad fortificada y que contó con complejos sistemas hidráulicos de abastecimiento y defensa inspirados en modelos orientales, conserva un recinto amurallado con torres albarranas, corachas, puertas, torres pentagonales, un posible muelle y un foso de más de 750 metros. En el interior se puede localizar la iglesia, el alcázar y la medina, mientras que, en el exterior, los arrabales.
En la medina existieron mezquitas, baños, tiendas y hornos. El alcázar albergó los centros de poder de la ciudad, entre ellos, la Sala de Audiencias, que conserva los restos de seis arcos de herradura, según se puede comprobar durante la visita, de viernes a domingo. Fue a partir de la Batalla de las Navas de Tolosa en 1212 cuando inició su decadencia y la cabeza de la orden se trasladó a Calatrava la Nueva.
El castillo de Calatrava la Nueva, el más visitado
La sucesión cronológica lleva al viajero hasta el castillo de Calatrava la Nueva en Aldea del Rey. Majestuosa se alza esta gran fortaleza que representa a las mil maravillas la grandilocuencia constructiva de la Castilla medieval. Es la más visitada – de martes a domingos- y la más conocida, de hecho, ha llegado hasta la televisión como escenario de la popular serie del director de cine Álex De la Iglesia, ‘30 monedas’ para Netflix.
Una vez conquistado el paso natural hacia Andalucía, la Orden de Calatrava construyó este sacro-convento por el que pasaron maestres y caballeros en frente del castillo de Salvatierra. Desde esta atalaya gobernaron sus posesiones, cada vez más numerosas, y entre sus muros pasaron temporadas los Reyes Católicos, Carlos I y Felipe II.
El castillo de Calatrava la Nueva estaba protegido por sus 4 murallas, defensivas y que separaban los estratos sociales. En la actualidad conserva tres murallas, la sala capitular, el camposanto, la hospedería, el molino de sangre de tracción animal, un horno de pan, el claustro, la sala capitular, el refectorio, la calle de los artesanos y la iglesia cisterciense, el edificio más importante con su característico rosetón.
El castillo de Bolaños y la historia de Doña Berenguela
Y del epicentro de la Orden de Calatrava a otro de sus dominios, el de Bolaños de Calatrava, con su particular historia. Tras la Batalla de las Navas de Tolosa, cuentan que el castillo, construido por los musulmanes en el siglo XII, pasó a manos del rey Alfonso VIII, que lo regaló a su hija Doña Berenguela de Castilla en honor a su boda. Y que después, la madre de Fernando III, que en la actualidad da nombre al castillo, lo donó a la Orden de Calatrava.
Otra curiosidad, el nombre de la población, hoy famosa por el cultivo de la berenjena, se remonta al apellido de un caballero de linaje gallego que participó en la Batalla de las Navas de Tolosa, también bajo la dirección de Doña Berenguela, y que por sus hazañas recibió esta tierra para su protección y repoblación.
Entre las calles del Castillo y Escuderos, es un ejemplo típico de castillo en llanura. De planta cuadrangular, tuvo cuatro torres en sus orígenes, una en cada esquina, que reforzaban y defendían la muralla perimetral coronada con adarves almenados. También estaba rodeado de un foso excavado en la roca. Los restos más antiguos son de la época árabe: los baños, los canales de desagüe, el aljibe con su pozo, la alberca y el sistema de piletas para recogida y distribución de agua. Organizan visitas de miércoles a domingo.
Un castillo convertido en hotel: Pilas Bonas de Manzanares
Y otro castillo situado en el casco urbano y en la plena llanura, el Pilas Bonas de Manzanares, que permaneció oculto durante más de un siglo. Después de las desamortizaciones del siglo XIX se aprovecharon sus robustas murallas y muchas de sus vetustas dependencias para usos domésticos, hasta tal punto que todavía hay alguna casa empotrada en sus muros.
La iniciativa de una empresa hotelera permitió hace tan solo unos años recuperar una parte significativa del castillo. Conserva murallas, la torre del homenaje, salones abovedados y patios, que se pueden contemplar al acceder al restaurante y al hotel, aunque el Ayuntamiento también organiza visitas guiadas. Este establecimiento además es conocido por organizar eventos.
Construido en el siglo XIII, fue otro de los enclaves dominados por la Orden de Calatrava, que erigió la sede de la encomienda de Manzanares. Con la marcha de los maestres, nunca dejó de utilizarse. De hecho, entre 1808 y 1812 sirvió como cuartel general de las tropas francesas en la Guerra de la Independencia y en 1836 fue un fortín acuartelado para el ejército ‘cristino’ que luchaba en la Guerra Carlista.
Peñarroya, el castillo que se refleja en las Lagunas de Ruidera
Después solo hay que recorrer 42 kilómetros para llegar a el castillo de Peñarroya, en Argamasilla de Alba, uno de los mejores conservados y de los más peculiares, pues el edificio es puerta de entrada y se mira en las aguas de las Lagunas de Ruidera. Este castillo ya no perteneció a la Orden de Calatrava, sino que pasó a manos cristianas en 1198, primero a la Orden de Santiago y después a la de San Juan.
El castillo aprovecha las defensas naturales, un acantilado natural en los lados sur y oeste, donde se construyó la presa del embalse de Peñarroya. En el lado norte y este poseía un doble recinto amurallado, con foso seco. En la actualidad conserva una gran torre del homenaje de 113 metros con vistas magníficas, y cuatro torreones almenados, además del patio de armas, un aljibe y un pasillo interior o liza que divide la muralla.
En el interior además se encuentra el Santuario de la Virgen de Peñarroya, patrona Argamasilla de Alba y La Solana. Data del siglo XVIII y destaca su retablo barroco churrigueresco y las pinturas del camarín de la Virgen. El acceso es libre durante todo el año.
El castillo de Alhambra, puerta del Campo de Montiel
Con el castillo de Alhambra se abre la ruta medieval por el Campo de Montiel. Alfonso VII conquistó esta fortaleza a mediados del siglo XII, aunque la dicha duró poco por la derrota cristiana en la Batalla de Alarcos. Eso sí, este territorio tuvo ocupación mucho antes, pues en el castillo se han encontrado enterramientos y construcciones de la Edad del Bronce y del Hierro.
Pertenece a la tipología de los castillos montanos. Se levanta sobre un cerro de forma troncocónica, situado a 800 metros de altura, y es de planta ovalada, adaptado a la orografía del terreno. Construido en piedra, cal y canto, revestido de mampostería, nunca tuvo recinto externo ni barbacana, pero sí un camino protegido en su último tramo por un pequeño muro.
La puerta principal se abre en un recodo y, a pesar del estado de ruina, conserva un arco apuntado entre dos torreones, además de múltiples saeteras y restos de adarve. Como curiosidad, al pasear por la villa sus habitantes cuentan la leyenda de que un túnel que unía el castillo con algunas casas del pueblo.
El castillo de la Estrella y la tragedia de Montiel
La siguiente parada es en el castillo de la Estrella de Montiel, el escenario del acontecimiento histórico más trágico. A sus pies se pelearon cuerpo a cuerpo los aspirantes al trono de Castilla y hermanos, Pedro I el Cruel y Enrique de Trastámara, y se decidió la suerte de una larga guerra civil que asoló el reino castellano en el siglo XIV.
Cuentan que el mercenario francés Beltrán Duguesclín sujetó a Pedro, con la célebre frase “ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor”, y gracias a esta ayuda Enrique pudo clavarle un puñal en el corazón y convertirse en rey de Castilla. Desde entonces el fallecido Pedro ha tenido dos motes: el Cruel, por parte de sus enemigos, y el Justiciero, por sus partidarios.
Del siglo IX, este castillo gozó de tres recintos. Aunque actualmente está muy deteriorado, estructuralmente se distingue el castillo santiaguista propiamente dicho, y la villa medieval de Montiel con los edificios de la iglesia de la Virgen de la Estrella y el Convento de la Vicaria de Santiago. Asimismo, destaca la presencia de un gran torreón cuadrangular de mampostería con encadenados de sillería en los ángulos.
Montizón, la fortaleza en el acantilado de Villamanrique
La ruta termina en el castillo de Montizón de Villamanrique. Fue de hecho residencia de Jorge Manrique, caballero de la Orden de Santiago y Comendador de Montizón. Aquí vivió con su esposa y aquí fue donde escribió su obra ‘Castillo de amor’, clara referencia a su castillo y al río Guadalén. A este escritor pertenece una de las composiciones más bellas de la literatura española, las ‘Coplas a la muerte de su padre’.
La torre del homenaje es por si sola un verdadero castillo. Levantada sobre roca viva y verticalmente sobre el río Guadalén, el acantilado se trabajó en puntos estratégicos para darle mayor verticalidad, aprovechando además la roca obtenida como material de construcción en distintos lugares de la fortaleza. También es un lugar para observar el paisaje y mirar al horizonte. Los fines de semana se organizan visitas.
Cuenta con planta baja y dos alturas más, la última sin techumbre. Después de las reformas realizadas en ella a través de los tiempos, actualmente es imposible conocer la distribución de sus dependencias primigenias. Su frente más largo es el que da al Patio de Armas, con 28 metros de longitud. Es el punto y final de un recorrido que se puede realizar en tres etapas y al que podrían sumarse muchas otras fortalezas, como la de Caracuel de Calatrava o Terrinches. El medievo manchego da para rutas alternativas.