Cuando era pequeña y me inmiscuía en asuntos que, acaso, no fueran de mi incumbencia alguna vez escuché la frase “la curiosidad mató al gato”. Posteriormente, por esa curiosidad innata que siempre me ha acompañado y que aún conservo y practico, me enteré del origen inglés de la tan popular expresión. Dicha expresión me llevó a esta otra atribuida a José Saramago y que me gusta mucho más: “Dicen que la curiosidad mató al gato, pero no dicen si lo que descubrió valió la pena”.
Como parece ser que la curiosidad no se cura con nada y siempre he pensado que la práctica de la misma es una excelente herramienta para aprender, tras prestar atención a las repetitivas e insistentes expresiones “tiempos líquidos, sociedad líquida”, sentí la necesidad de “curiosear” acerca de las mismas. Busqué y leí diferentes opiniones y artículos y todos me condujeron hacia el filósofo, sociólogo y ensayista polaco Zygmunt Bauman (fallecido en 2017), premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2010 y una de las voces más críticas contra la globalización, el capitalismo salvaje, la nueva pobreza y la situación de desigualdad.
Es apasionante, e impresiona, la claridad con la que este pensador analiza los vertiginosos cambios sociales. Los compara con una desenfrenada y potente corriente que desborda, arrastra y destruye los límites de lo estable. Un cambio tan acelerado que deja obsoletos los propios avances antes de habernos sido útiles.
Si los valores y las realidades sólidas que nos sostienen se evaporan tan velozmente y son sustituidas por novedades que en poco tiempo correrán la misma suerte, estaremos dando paso a una sociedad de valores provisionales en la que primarán la incertidumbre, la inseguridad y el miedo.
Al parecer, en estos tiempos líquidos o gaseosos, en esta sociedad agitada y veloz, la clave del éxito reside en el olvido, en la renuncia a la memoria.
Absorta, en esto de los tiempos líquidos, me senté en un banco de nuestro hermoso Paseo de San Gregorio y contemplé el árbol de tronco recio y sólido. Observé que su aspecto había experimentado, en muy poco tiempo, un profundo cambio. Sus ramas, días atrás desnudas, se dejaban cubrir por un verde brillante y aterciopelado. El invierno había sido desplazado y dejaba paso a una primavera que surgía sin pedir permiso. Todo parecía armónico y equilibrado. Lo único que desentonaba era una ausencia. Una ausencia que dolía y que añoraba. Inmediatamente, desconociendo el porqué, relacioné con Puertollano la solidez de este árbol, la vertiginosa transformación de su aspecto y el recuerdo de una ausencia guardada en mi memoria.
Puertollano es la ciudad que, siendo yo muy joven, libremente elegí para vivir, para echar raíces, para trabajar y para construir y desarrollar mi vida. Con esta decisión uní mi destino a esta hospitalaria ciudad que me abrió sus puertas, me acogió y me envolvió con cariño. En ella aprendí a conocer el entrañable modo de ser de su gente, su amable carácter, su espíritu de lucha y su sencillez. Gente con corazón de hierro conocedora del sufrimiento y de la solidaridad sin límites; personas luchadoras, honestas, reivindicativas, comprometidas y trabajadoras que protagonizan, día a día, con sus faenas y con sus esfuerzos, el progreso y la evolución de la ciudad salvando todo tipo de obstáculos, de contratiempos y de adversidades.
Puertollano, que es referencia obligada por su lucha en defensa de la democracia, de la libertad, de los derechos de los trabajadores, de la igualdad de oportunidades, de la justicia social, también lo es por su historia, por su ingenio, por su sagacidad y por saber reinventarse en épocas de incertidumbre con decisiones positivas y optimistas, creciendo ante los reveses y resurgiendo con fuerza y con talento ya que nunca se deja paralizar por el miedo, ni se doblega ante los intentos de “torcer” sus ideas.
La inteligencia de una ciudad que tiene muy claro que sin educación no se llega a ninguna parte porque la ignorancia es el peor enemigo de un pueblo que quiere ser libre y porque, a largo plazo, la educación es más valiosa que el dinero. Por ello, frente al elitismo y en un esfuerzo colectivo, apostó por un modelo de ciudad humanista e integradora donde todos sus habitantes tuvieran acceso a la formación permanente, al deporte, al conocimiento y a la cultura.
Esto ha hecho que Puertollano, desde la constitución de nuestro primer ayuntamiento democrático, se haya dotado de valiosísimos recursos humanos y materiales y de infraestructuras que sirven de soporte para el desarrollo de la ciudad y de sus habitantes implicados activamente en vivir en una ciudad moderna, dialogante, próspera, sostenible y con igualdad de oportunidades.
Con la solidez de nuestras fortalezas, sin renunciar a nuestra memoria y sin olvidar el sacrificio y esfuerzo de los que nos precedieron, miro a mi alrededor y veo que esta ciudad me recuerda al árbol de tronco recio y sólido y con raíces tan profundas que nos permiten afrontar, con responsabilidad pero sin miedo, la incertidumbre de estos tiempos líquidos, e incluso gaseosos, que nos toca vivir y los cambios veloces y agitados de nuestra sociedad actual.
Satisfecha mi curiosidad sobre “los tiempos líquidos” continúo mi camino por el Paseo de San Gregorio, algo más tranquila y un tanto orgullosa a sabiendas de que Puertollano, nuestro querida y amada ciudad, sólida y bien arraigada, está sobradamente preparada para adaptarse, sin traumas, a la diversidad y a la realidad cambiante.
