A medida que los periodistas de Lanza visitamos las cuevas de la ciudad, nos percatamos del celo con que muchos vecinos cuidan estas construcciones. Tal es el caso de Francisco Jiménez que con una amabilidad y hospitalidad exquisitas nos ha abierto las puertas de su casa en la calle Cadarso para mostrarnos su cueva. El experto y gran tomellosero que siempre nos acompaña, José María Díaz, indica que “el primer propietario de la cueva fue Santiago Losa que se dedicaba a la profesión de carretero, se la vendió después a Pablo Burillo y este a Francisco Jiménez, el padre, que tenía un taller de cerrajería. Su hijo mantiene la tradición en un taller de restauración de motos antiguas y coches donde guarda auténticos tesoros, como un Seat 850 Spider precioso, un BMW, un Seat 131 supermirafiori que parece sacado del concesionario y legendarias motos de marca Bultaco y Guzzi, entre otras marcas, que restaura con gran paciencia. Pero en fin, esto sería materia de otro buen reportaje, el motivo de nuestra visita es la cueva.
Bajamos por la escalera que hace varios recovecos. En uno de los descansos hay una artesa y también nos llama la atención una colección de romanas con las que se pesaban los toneles de vino. La escalera nos conduce primero a lo que fue el jaraíz, para llegar a las tinajas habrá que bajar por otro tramo de escaleras. La cueva nos impresiona por su limpieza, buena conservación y el gusto que tuvieron sus constructores en la decoración. Una fila de arcos lobulados separa el jaraíz de la zona de las tinajas; hay nueve de quinientas arrobas de capacidad. Las tinajas fueron obra del padre de José María. “Cuesta mucho trabajo mantener una cueva, -reconoce el propietario-, pero me encanta tenerla bien. Cuando llega el verano paso mucho tiempo aquí. Mi padre la cuidó mucho y yo sigo haciendo lo mismo”.
La cueva combina el blanco de las paredes y el techo, con el tono granate burdeos que se la ha dado al empotrado y a la balaustrada. Las ménsulas reproducen un racimo de uvas, la moldura del empotrado es perfecta, destacan también los rabos que se construían en los huecos que quedaban entre las tinajas. El techo está en la pura tosca, encalado y horadado por el desgarre de forma trapezoidal de las tres lumbreras. El agradable sol que entra por las lumbreras genera una preciosa luz que Francisco Navarro aprovecha para tomar buenas fotografías.
En el jaraíz hay una antigua prensa que observamos detenidamente. José María nos va señalando algunos de sus elementos, como la denominada guitarra, mientras que el propietario nos enseña un curioso sistema que permitía cambiar el sentido del funcionamiento de la prensa solamente con quitar una clavija. “Los hombres de antes eran sabios y encontraban una solución para cualquier problema que se les planteaba”. Evidentemente, tiene toda la razón.
Es hora de marcharnos, y antes de subir por la escalera echamos la última mirada a otra gran cueva de Tomelloso, otra joya arquitectónica que su propietario se ha encargado de cuidar a las mil maravillas. Las prisas del periodismo nos impiden compartir el vino que nos ofrece, pero quedamos en poder disfrutarlo otro día.
