A propósito de la muerte Ramón Masats, el hombre que cambió la fotografía en España, se han escrito líneas y líneas de obituarios que han hablado de la trayectoria del tótem de la fotografía en España. Masats ha muerto cuando la sociedad vive rodeada de imágenes, y cuando la fotografía transita por la fina línea entre lo viral y lo artístico, lo profundo y lo superfluo, lo profesional y lo amateur.
El metrónomo del ritmo de la sociedad actual es la imagen. Todo entra por los ojos, todo va acompañado de una sugerente y potente visual. Se puede exigir como prueba fidedigna de que algo ocurrido, se puede utilizar para crear una necesidad que antes no estaba ahí o se pueden inducir ciertos sentimientos a través de ellas o simplemente convertirse en símbolo o icono de una causa, de una guerra o de un conflicto.
En la búsqueda constante de aprobación social, las imágenes son una de las llaves en el proceso de socialización. Una sociedad basada en la inmediatez, el consumo voraz, el hedonismo exacerbado, la información en cantidad excesiva y la exposición total de sus vidas como individuos y como grupos, provoca comportamientos basados en la visceralidad, en los sentimientos y en las emociones, dejando de lado la parte racional que diferencia al ser humano del resto de seres vivos.
La sociedad parece que adolece de males como el cinismo, la apatía o la hipocresía. El ser humano dejó de pensar en colectivo para pensar en individual, y las imágenes han tenido una importancia rigurosa en este proceso. Porque la fotografía puede ser tótem de todas las causas y, además, seduce, así como seducen la guerra y el sufrimiento ajeno que, por supuesto, tiene un público dispuesto a satisfacer su necesidad. El ser humano ya no recuerda textos, vivencias o pinturas; recuerda imágenes. También recuerda símbolos, iconos, referentes, y todos los recuerda en una imagen. La historia ya no se escribe en libros, se muestra en imágenes.
En la actualidad, casi todo el mundo porta una cámara en la mano con la que contribuye a este mundo eminentemente visual y sensorial. Las fotografías y los vídeos se vuelven virales, es decir, se consumen de manera masiva en un clima de sobreinformación. A veces surge la pregunta: ¿Qué aportan estas imágenes al individuo? Probablemente nada, pero se consumen, se miran y se desechan. Y a otra cosa. Si acaso, dará gracias de no estar en el sitio del otro cuando se miran desgracias, o se sentirá admiración o envidia o deseo si se crea una necesidad. La sobreexposición a la imagen hace que la conmoción pueda convertirse en rutina y, en consecuencia, dejar de conmocionar.
Esto tiene consecuencias, ya que las fotografías pueden ayudar a definir nuevas ideologías, construir nuevas realidades, reafirmar pensamientos o despertar sentimientos, como también pueden ser artísticas. Y pueden engañar, mentir, emocionar o romper los esquemas. Lo hemos visto en el movimiento de protesta contra la amnistía llamado Noviembre Nacional, en las revueltas de los agricultores o en la fotografía de guerra, sin quedarnos en Ucrania, que no es la única guerra del mundo, aunque esté a las puertas.
La imagen construye y destruye. La posverdad está instalada en el sistema y juega con lo sensorial para alejar la reflexión. Masats no se sentía orgulloso de la foto que le hizo a Franco en su día. Pero lo cierto es que esa fotografía tiene el don inherente a la propia imagen, y es el de la inmortalidad. Masats se ha ido, pero no su legado de imágenes. En ellas, vive el autor y la sociedad que sale plasmada en ellas. Es por ello que la historia seguirá construyendo el relato a través de la imagen. Si de alguna manera se puede rozar la inmortalidad es trascendiendo a los tiempos. Y las imágenes lo hacen.