Los monumentos se construían con la voluntad de recordar algún acontecimiento importante de la comunidad. La palabra monumento tiene su raíz en la palabra memento (recordar) y por ello los primeros monumentos eran los arcos de triunfo, las columnas que recordaban batallas, celebraciones sociales o personajes importantes de la vida colectiva. Siglos después el monumento histórico adquiere otra significación distinta, es el edificio valorado por su interés artístico e histórico. Las catedrales, los palacios, los edificios nobles son apreciados y reconocidos por la sociedad porque aúnan los valores artísticos como arquitecturas cualificadas con su interés histórico.
Patrimonio histórico
El patrimonio histórico se define como herencia que la sociedad ha recibido de generaciones pasadas y que posee valores reconocidos por la comunidad. Dos elementos esenciales en el entendimiento de esta realidad: su reconocimiento temporal a lo largo de los años y su reconocimiento colectivo por la sociedad. Primero fueron reconocidos los elementos singulares: catedrales, conventos, palacios, castillos… y sólo siglos después las ciudades. El aprecio por la ciudad como bien cultural no llegará hasta la revolución industrial con el crecimiento de las áreas urbanas que introduce una reflexión sobre los valores que tenía la ciudad tradicional y de los cuales había que aprender.
Un conjunto de realidades que son parte esencial de la memoria de la comunidad. Habitar en ciudades como Almagro con valores arquitectónicos singulares y con una estructura urbana cualificada es un privilegio para la memoria de los que la habitan. Porque nuestras referencias personales tienen recuerdos asociados a los espacios en los que vivimos, nuestras casas, nuestras ciudades. La arquitectura, la ciudad junto a los paisajes y los libros son los referentes esenciales de nuestra memoria. Espacios y lugares en los que han trascurrido nuestras experiencias vitales y por ello están en ese almacén que se va conformando en nuestra experiencia vital.
Almagro conjunto histórico
Esta realidad repleta de tesoros arquitectónicos y vitales se reconoce colectivamente y por ello es un espacio que se valora comunitariamente. Y por ello la ciudad, sus edificios, su actividad se abre a la experiencia de los visitantes, se comparte con toda la comunidad que acude a disfrutar de sus valores arquitectónicos, urbanísticos y de la vida cultural que se desarrolla en este espacio. Un lugar especial en el que la actividad teatral tiene significados especiales por la conservación de espacios singulares como su Corral de Comedias, sus infraestructuras teatrales y el Museo Nacional del Teatro.
Un conjunto que aspira a reconocer su aportación a la memoria colectiva de todo el mundo como referente del teatro y por ello ser reconocido como patrimonio de la Humanidad. Almagro se expone así a la presencia de todos, en esa experiencia que debe superar la realidad turística para convertirse en una visita sosegada, de disfrute y aprendizaje de lo construido a lo largo de los siglos, de lo vivido desde la cultura actual, desde la memoria de los que la habitan y de los que han dejado sus referencias en siglos pasados. Un recorrido que todavía permite con calma disfrutar de las calles, las plazas, los edificios singulares en un ambiente tranquilo con numerosas ofertas culturales y gastronómica.
La mirada interior
Pero la ciudad histórica necesita ser una ciudad viva, una ciudad que mantiene su actividad cotidiana. Una ciudad convertida en museo por muy atractivo que este sea ha perdido elementos esenciales de su realidad. Ha dejado de ser una ciudad para convertirse en parque de atracciones, en museo, en sala de exposiciones, en una gran exhibición para turistas acelerados que la visitan.
Almagro tiene esa presencia abierta al turismo, pero conserva afortunadamente la vida interna de sus habitantes que celebran su actividad cotidiana, la rutina de cada nuevo día en el espacio privilegiado de sus espacios urbanos y sus viviendas. Necesita ayudas comunes porque se ofrece como recurso común a los visitantes. Los conjuntos históricos, los espacios patrimoniales requieren el apoyo de lo común porque los consideramos propiedad colectiva y les exigimos especiales esfuerzos para su conservación y mantenimiento. La vida cotidiana de los habitantes de la ciudad histórica es su tesoro esencial porque es la demostración de su vitalidad y la garantía de su mantenimiento.
Ateneo de Almagro
En esa vivencia cotidiana, en esa celebración de la vida común, el esfuerzo por la cultura interior, por el desarrollo de actividades dirigidas esencialmente a los que residen en la ciudad es esencial. Y ese trabajo de mirada interior lo viene realizando el Ateneo de Almagro desde hace ya décadas. Un esfuerzo continuado y colectivo que necesita ámbitos de libertad, de entendimiento crítico, de diálogo y de aportaciones comunes.
El jueves 21 de marzo el Ateneo estrenaba nueva sede y recordaba a los presidentes del Ateneo a lo largo de los años: Francisco Ureña, Francisco del Río y Dolores Cabezudo. José Antonio López Arza, escultor, es el autor de la placa colocada a la entrada de la nueva sede y del busto del Clavero Fernando Fernández de Córdoba que ha regalado al Ateneo de Almagro.
José Antonio Prieto, actual presidente del Ateneo recordaba que esta institución es un espacio de cultura entendida desde la diversidad y la proximidad, es de todos y para todos, congregándonos en el diálogo tranquilo, en el debate sosegado, en el razonamiento bien argumentado y en todo aquello que es fundamental en estos tiempos que corren. En la inauguración palabras de Luis Molina, Luis Arroyo, Luis Alberto Lara, diputado provincial y Daniel Reina alcalde de Almagro.
En el palacio de los Medrano, frente a la iglesia de san Agustín.Luis Candelas interpretaba la música de Albéniz bajo las estructuras de madera de este nuevo espacio privilegiado que acogerá desde ahora la vida cultural de Almagro en esa mirada interior especialmente necesaria en la ciudad histórica, en esos espacios de la memoria que reclaman también su vida cotidiana, su actualidad y su futuro.
El palacio construido por Jerónimo de Ávila y Catalina de Sanabria a finales del siglo XVI perteneció a la familia de los Medrano hasta mediado el siglo XIX. Un edificio que ha experimentado los cambios de usos diversos, especialmente cuando fue destinado a casino municipal y oficina de telégrafos. En el zaguán se conservan los artesonados de alfarjes decorados con los escudos de los fundadores. En el siglo XIX una parte se reforma cambiando las columnas de piedra por otras de función y construyendo una montera acristalada. Rehabilitaciones posteriores en este siglo transforman el edificio y lo acondicionan para las nuevas funciones que se demandan en ese momento.
El salón de la entrada que conserva la estructura de los artesonados de alfarjes será a partir de ahora, por acuerdo entre el ayuntamiento de la ciudad y el Ateneo el espacio que acogerá la cultura interior de la ciudad, ese lugar de reflexión, de aportaciones y debates que enriquece la memoria colectiva.
