No son momentos para otra cosa. En vano mis más de cuarenta años de militancia socialista han respirado aliviados ante lo que parece un desenlace lógico al callejón sin salida en el que unos y otros habían encerrado a un partido del que formé parte desde que el Partido Socialista Popular, que fuera fundado por Tierno Galván como Partido Socialista del Interior, para distinguirlo del PSOE con dirección en el exilio, y que se cambió más adelante por “Popular” cuando el PSOE reestableciera su ejecutiva en España: no eran momentos para discusiones nominalistas, agrandando los problemas que la clandestinidad generaba. Ni quiero distraer la columna con las veleidades insolidarias de nacionalistas devenidos en soberanistas. Ni siquiera creo que el momento sea propicio para felicitar por el “paso del ecuador” en el buen hacer de la Corporación Municipal del Ayuntamiento de Ciudad Real.
Hoy solo toca referirse al dolor e indignación sembrados por unos enfermos, tras invocar a una divinidad, cuyos supuestos preceptos quieren imponer a todos. No hay pruebas de que el Dios invocado exista ni haya existido jamás. Ni siquiera se sabe si solo hay uno o coexisten varios, o incluso si tal ente existe; pero los seguidores de cualquier opción, no solo defienden la que creen, sino que fuerzan a los demás a abrazarla y defenderla, pese a que tal idea, por indemostrable, reciba el nombre técnico de “creencia”. Volviendo a la clara y rígida sistematización escolástico-tomista, tan del gusto del catolicismo que la elevó a la condición de filosofía oficial de la Iglesia, los “neo escolásticos”, como Jolivet, nos recordaron que, en el proceso mental, el juicio es contingente: –tan lógico puede ser “lo blanco me gusta”, como “lo blanco no me gusta”. Pero el raciocinio es necesario: si decimos que “el blanco me gusta”, necesariamente hemos de culminar el raciocinio de que “por eso me gusta esa casita blanca”; porque “me gusta lo blanco, y por eso me horroriza esa casita blanca”, no es un raciocinio lógico, sino un puro delirio (del latín “salir del surco al arar”).
Los expertos, incluidos los neo-escolásticos, son conscientes de que casi todos los seres humanos nos movemos por creencias, que no son sino simples juicios a los que damos carácter de raciocinio, de “necesariedad” lógica… sin que ello signifique que seamos unos paranoicos; pero ello no es aplicable a cualquier campo: cada individuo no es dueño de marcar su terreno de permisibilidad, en dar por objetivo lo que no es, sino que se circunscribe, por una especie de práctica social, al terreno de la religión y de la política e incluso con limitaciones en ambos terrenos. El límite de la libertad de la creencia en el terreno político lo marca la democracia: la Revolución Francesa supone el fin del “antiguo régimen”, que suponía al poder político la potestad de conducir la dinámica política a su gusto, para depositar en la ciudadanía su aprobación última. Más claramente el “nuevo régimen” estableció el límite: la creencia religiosa y la política deben mantenerse separadas. Es lo que se conoce como “laicismo”, término odiado por el catolicismo integrista, pese a que es un término puesto en circulación por él.
“Laico”, viene del griego “laikós”(popular) y del latín “laicus” (que no ha recibido órdenes sagradas, que es “lego” o ignorante: “soy lego en la materia”, decimos todavía para confesar nuestra ignorancia en algo), porque, como atribuye el viejo chiste al sacristán que pedía una limosna “para el culto”, el culto es el cura, “que sabe dos idiomas”:“saber latín” suele ser aún considerado como el indicativo más fiable del auténtico saber. En política, laicismo no es sinónimo de demoniaca anti-religiosidad y menos aún como una especie de ateísmo militante y agresivo: eso es cosa de fanáticos tan indeseables y antisociales como los que, por ser agradables a su Dios, persiguen o desprecian a los que no creen en él, o que, creyendo, lo hacen con matices diferentes. En términos políticos, clericalismo es la intromisión de los clérigos, como tales, en la política. En España tenemos mucha experiencia y si no describo ninguna de sus manifestaciones, es porque creo que no es éste momento ni ocasión: si estoy partiendo de nuestras situaciones, no es sino por facilitar la comprensión… y como ejercicio de humildad: los medios abundan en críticas desmesuradas al mundo islámico, como si éste fuera una cultura fanática, frente a la nuestra que es un modelo de comprensión.
Lo cierto es que somos más parecidos de lo que quisiéramos: junto con el judaísmo conformamos el conjunto de “religiones abrahámicas”: las que proceden del patriarca de ese nombre y de sus dos hijos: Ismael el “lanzador de flechas”, padre de los árabes, e Isaac, padre de los cabezas de las tribus hebreas. Pero, como aclaran los etólogos, la proximidad agudiza el conflicto y los mahometanos insultan a los pertenecientes a culturas cristianas de “cruzados”, pensando poco cariñosamente en los barbaros guerreros que en tiempos les invadieron, sin reparar en el mayor insulto que para ellos podía suponer el que les llamásemos “lunáticos”, atendiendo a su símbolo máximo: cosas de clericales fanáticos, cruzados o lunáticos, que tiempo habrá de seguir comentando, porque, para nuestra mutua desgracia, los expertos aseguran que las religiones monoteístas son las más intransigentes.