De vez en cuando vuelvo a leer libros que ya tengo medio olvidados pero de los que, no obstante, guardo un grato recuerdo; obras que fortalecieron mi concepto del amor y de la vida. Y uno de ellos, sin duda, fue el titulado Los siete libros de la Diana, obra escrita por el portugués Jorge de Montemayor, publicada en Valencia a mediados del siglo XVI. Montemayor, nacido en Montemor, cerca de Coimbra, fue cantor de la capilla de la infanta doña María, hermana de Felipe II y criado de los príncipes de Portugal. Falleció en Italia en 1561. Además de Los siete libros de la Diana, su obra más importante, fue autor de otros trabajos como La epístola de Sá de Miranda y El Cancionero, donde figura lo mejor de su producción poética. Murió a la edad de cuarenta y dos años, asesinado, al parecer al por cuestiones amorosas, como sucedió a su amigo Gutierre de Cetina.
Recuerdo que una mañana de octubre de 1975, en el atrio de la basílica de Nuestra Señora del Rosario, en la ciudad mexicana de Puebla de los Ángeles, me encontré con la lápida que hacía mención a su muerte, a la de Cetina. Recité para mí mismo su famosa égloga:
Ojos claros, serenos,
Si de un dulce mirar sois alabados
por qué si me miráis
miráis airados.
He vuelto, como digo, a Los siete libros de la Diana, tanto por su admirable prosa como por lo que significan en la evolución de la novela pastoril. Puede decirse que con la aparición de La Diana, este género adquirió unas características propias respecto a otras obras como La Arcadia de Sannazaro o el Nínfale de Bocaccio. Montemayor incorpora como elementos literarios el método analítico y la psicología del amor, siendo a partir de entonces el modelo al que recurrieron autores tan importantes como el propio Miguel de Cervantes o Lope de Vega. Es evidente que Jorge de Montemayor entendía el tema amoroso como una realidad sujeta a las singulares pasiones y sentimientos individuales. Las razones del corazón que la razón no entiende, axioma tan utilizado por los clásico españoles, entre ellos nuestro admirado autor del Quijote.
Por otra parte, resulta extraño que ahora que tanto se insiste en la necesidad de conocer los orígenes de nuestra cultura, los lectores pasen de largo nombres y obras como las que estoy mencionando. El catedrático Enrique Moreno Báez, autor de la edición del ejemplar que yo conservo de la Diana comenta –tomando el criterio de Max Wundt—que una obra poética, y la novela pastoril lo es, difícilmente puede ser comprendida si al mismo tiempo no entendemos el concepto del mundo en que se basa. “Por eso nos recuerda que la crítica literaria se ve obligada tan a menudo a apoyarse en la filosofía y a buscar la razón de ser de tantas obras debidas a este autor”. Pues Jorge de Montemayor, portugués de nacimiento y español de la España de Felipe II, fue un neoplatónico, un manierista, y en ese aspecto y circunstancias históricas debemos leer y comprender su Diana.
Para quienes no hayan leído o ya no recuerden el argumento de esta obra digamos que ya en el primero de los siete libros, tomando palabras de Montemayor éste nos ofrece una muestra de su enorme capacidad lírica: “En los campos de la antigua y principal ciudad de León, riberas del río Ezla, hubo una pastora llamada Diana, cuya hermosura fue extremadísima sobre todas las de su tiempo. Esta fue querida, y a su vez quiso, a un pastor llamado Sireno; en cuyos amores hubo toda la limpieza y honestidad posibles. Y en el mismo tiempo la quiso más que a sí mismo otro pastor llamado Silvano, el cual fue de la pastora tan aborrecido que no había otra cosa en la vida a quien peor quisiese”… Es decir, el conflicto de los sentimientos amorosos, tan antiguo y doliente como la propia existencia humana. En los otros seis libros de los que se compone la obra se cuentan muchas historias, todas ellas bajo el denominador común del más puro neoplatonismo renacentista,
En el bucolismo, la novela pastoril recogió una amplia parcela de la literatura latina y, por supuesto, española. Fue una manera de entender el amor y el desamor. En sus dos extremos. Con toda su grandeza y desgarramiento. La cervantina Pastora Marcela, incluso La Lozana andaluza, de Francisco Delicado. La fe en la persona amada, la fe en el amor. Tomo este fragmento de las siempre apasionantes Novelas Ejemplares: “Si ella ha dicho que yo soy su esposo, es mucha verdad; si ha dicho que no lo soy también ha dicho verdad; porque no es posible que Preciosa diga mentira”. Literatura clásica tan apegada a un platonismo que sostuvo buena parte de la narrativa y la poesía de aquellos tiempos. Y de épocas más recientes: los versos de Juan Ramón Jiménez, de Pedro Salinas: “Para vivir no quiero/ islas, palacios, torres./ Qué alegría más alta/: vivir en los pronombres”. Y junto a todo lo mejor de la literatura de aquel tiempo y de todos los tiempos debe figurar siempre Jorge de Montemayor, el escritor nacido en Portugal, precursor de la novela pastoril española.