“Cuando la pena nos alcanza por un compañero (hermano) perdido, cuando el adiós dolorido busca en la fe su esperanza.
En Tu palabra confiamos con la certeza que Tú ya le has devuelto a la vida, ya le has llevado a la luz”.
Las dos estrofas elegidas son sin duda las más apropiadas para significar el hecho conmemorado, el compañero caído, y hacen referencia a un Alguien indeterminado puesto que la estrofa en donde se le identifica no está incluida en el himno para no herir su pretendida neutralidad y universalidad, una pena, pero este es otro asunto. No obstante expresan el deseo de una existencia posterior que ofrece el inmenso regalo de vivir para siempre. ¿Qué otra cosa puede significar “devolverlo a la vida”?
Decía Woody Allen en uno de sus ocurrentes dichos, algunos geniales, que no temía a la muerte pero que no le gustaría estar presente cuando fuera a visitarlo. Extremo que cualquiera de nosotros suscribiría si consideramos a la muerte como final de la existencia porque a nadie al menos que yo conozca, le seduce la idea de que sus jornadas terrenales acaben, sobre todo si piensa que son para lo único que ha nacido.
Ese deseo que se quiere plasmar en estas dos estrofas sacadas de contexto me recuerdan mucho a determinadas expresiones en actos fúnebres donde se proclama con emocionada vehemencia una frase referida al difunto y que a mí particularmente me hace reflexionar sobre su alcance: “allá donde estés o te encuentres ahora”. Y es que ese deseo nebuloso, incierto, indeterminado, que encierra un anhelo indudablemente humano de seguir viviendo no es cuestión meramente cristiana; el mismo Gandhi piensa que, “si la muerte no fuera el preludio de otra vida, la vida actual sería una burla cruel”. Pues dotar al ser humano con la capacidad de identificar a la luz como existencia y conocimiento, reconociéndose como alguien, hecho que los demás seres vivos no pueden llegar ni a atisbar, lo hacen sujeto mental y vital de eternidad porque quien ya es o existe no quiere dejar de ser o existir pues supone la negación de su única y evidente realidad.
Vivimos en una época en la que todo lo que el pensamiento del hombre genera busca convertirse en una realidad; el ser humano como “creador de realidades” y la realidad más deseada que alberga en el hombre es la de permanecer siempre, ser para siempre, existir siempre.
Pero no todas las personas piensan esto. Para muchas de ellas, la muerte si es el final, lo cual es tan respetable como triste para quienes creemos en la vida eterna. Ahora bien, lo que no parece serio es pensar que una persona después de fallecer se quede en una especie de limbo sideral o en otra vida virtual. La muerte es o no es el final. Aquí como en los embarazos, no caben las medias tintas.