El tiempo como saben es una variable con muchas aristas. A veces pasa lento, otras tan rápido…Un segundo es un soplo o una eternidad.
Este mes de abril se cumplirán diez años de la muerte de Gabriel García Márquez. El escritor de fama universal había nacido en Colombia en 1927 y una cruel enfermedad lo arrastró a la muerte el 17 de abril de 2014. Diez años sin Gabo parecen una eternidad, son más de cien años de soledad. Expuestos a la necedad de un mundo que a veces creemos a la deriva y otras nos permite reconciliarnos con él gracias a sus gestos, la ausencia del escritor, padre del “realismo mágico” es tan pesada como una losa.
Cuando, cursando el bachillerato, ‘Cien Años de Soledad’ apareció en mis manos como parte de una serie de obras de lectura obligatoria para la asignatura de Lengua Española, mi alma cayó a los pies. No podía creer semejante castigo. Aquella adolescente juró en arameo ante las casi 500 páginas de una de las mejores obras de la literatura de todos los tiempos. Después comprendí. Todo en la vida tiene su tiempo, su lugar. Era imposible en aquel momento para mí entender que me encontraba ante un prodigioso regalo, ante “la catedral gótica del lenguaje” como ha sido definido.
Afortunadamente, tiempo después tuve de nuevo la oportunidad de encontrarme con la obra maestra y esta vez sí, la disfruté por completo. Pude sumergirme en la atmósfera de Macondo sintiéndome como en mi propia casa, comprender las cuitas de José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán, sentir su desazón ante la posibilidad de una descendencia con cola de cerdo…. Pude sentir sus miedos, sus fantasmas y profecías, sus tribulaciones. Y mi imaginación voló como nunca lo había hecho porque para todo hay una primera vez y sólo uno mismo conoce cuál es la verdadera. Y recité aquellos primeros párrafos como si de un mantra se tratase durante mucho tiempo, tal fue mi fascinación; “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos.”
Tras ese primer acercamiento a la obra del Nobel busqué un nuevo relato y encontré el que (esto es una opinión totalmente subjetiva) más me ha calado de todos: ‘El amor en los tiempos del cólera’.
La historia de amor de Florentino Ariza y Fermina Daza expresa un sentimiento mayúsculo, inigualable. Florentino espera paciente durante más de 50 años ser el hombre adecuado para Fermina, tener una posición según las convenciones de la época. Durante ese tiempo su amor se mantiene intacto y la conserva en su corazón hasta que, a la muerte de su esposo, se acerca a ella y le proclama su amor eterno. Ese amor capaz de superar obstáculos, enfermedades y convenciones sociales. Ese amor cuya medida es precisamente la ausencia de ésta.
García Márquez nos dejó un legado inigualable, fecundo y maravilloso y por ello su ausencia se hace aún más intensa. Por ello quisiera dejarles unas palabras del genio que resumen en esencia que es la vida: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”.