Nos hemos convertido en comerciales expertos, vendehúmos capaces de ofrecer a nuestra propia madre a cambio de salir indemnes de las tropelías emocionales que cometemos. No somos capaces de afrontar la verdad de nuestros actos. Los términos -tan de moda ahora- de responsabilidad emocional o afectiva quedan estupendos en Instagram, pero llevarlos a la práctica es mucho más complejo, porque eso conllevaría la aceptación del fracaso ético y moral del ser.
Supondría reconocer que hemos hecho daño y lidiar con las consecuencias de apuñalar emocionalmente a alguien. Esos términos no son más que neologismos para definir el Amor como lo hizo Jesús: el constructivo, sano y verdadero. Como cuando fueron doce. Pero para llegar ahí hay que mirarse en el espejo, ponerse delante de las sombras y los demonios de uno mismo y enfrentarse a las miserias personales que se guardan en el cajón de la indiferencia. Y no hay peor indiferencia que la que se tiene con uno mismo.
La honestidad con nuestros pares ha desaparecido casi por completo, porque la sociedad se va sumiendo en una podredumbre ética y moral. También lo ha hecho la honestidad con uno mismo. El hedonismo exacerbado que nos rodea, la búsqueda de la inmediatez y la necesidad casi incontrolable de satisfacer nuestros placeres nos han convertido en asesinos emocionales en serie. La introspección prácticamente no existe y la fuerza de voluntad se ha sustituido por un carpe diem decrépito y prostituido. La libertad sin sentido común se convierte en libertinaje. Y el amor agoniza.
Hace años que nos libramos de pudores y prejuicios y comenzamos a cultivar el hedonismo existencial. No seré yo quien promulgue en contra de esos pasos necesarios, pero aquellos fines se han desvirtuado de manera frontal y exponencial en pos de la satisfacción sin medida y de la constante sobrealimentación del ego, lo que lleva a una sociedad egoísta que tiene una carencia de amor y de respeto por los demás. Todos bailando con la fugacidad y el nihilismo. Todo porque hemos matado a Dios, porque actualmente no hay más Dios que el individuo. Sálvese quien pueda.