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Huele a vendimia en Valdepeñas

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Fotografía en blanco y negro de una de las naves de tinajas de barro de 600 arrobas, en las: «Bodegas de Matías Brotons y Hermanos». Años 50 / J. Brotons
Joaquín Brotons Peñasco / VALDEPEÑAS

Anoche, cuando paseaba a mi fiel perro «Gael» por las largas y silenciosas calles de «La Ciudad del Vino»-mi ciudad natal-, al pasar por la calle Magdalena, frente a las «Bodegas de Juan Antonio Megía e Hijos», que, entre otras marcas, elaboran, envejecen, embotellan y comercializan el prestigiado «Corcovo», percibí un penetrante perfume, un exquisito aroma a mosto fermentando, que me recordó al mismo olor que había en la «Bodega Santa Pola»-fundada en 1920 por mi abuelo Joaquín Brotons Fenoll-, donde mi padre, Francisco Brotons Gonzálvez elaboraba el vino tinto que tanto gustaba al doctor don Gregorio Marañón, que fue cliente toda su vida de las bodegas familiares: «Matías Brotons, Hermanos y Cía», creadas, en 1944 por mi abuelo citado, junto a sus hijos Matías, Joaquín y Francisco -mi procreador-, continuando de parroquiana, tras su muerte, su vida doña Dolores Moya, cuyos sobres para enviarles las facturas escribía el autor de esta crónica en una máquina de escribir Olivetti, que había en las oficinas de la empresa familiar, situadas en la calle Virgen, 3, donde vivía mi tío Matías y estaba el otro negocio familiar, que era el almacén de frutas, pescados, conservas y salazones, que abastecía a clientes de toda la provincia, incluso algunos de Jaén.

Tinto-clarete
Aquel tinto clarete que durante más de 60 años se sirvió a la mítica y varias veces centenaria «Taberna de Antonio Sánchez», en Madrid, era el vino con el que tenían tertulia semanal grandes personalidades del mundo de la cultura, la medicina, el toreo…como: Gregorio Marañón, Pío Baroja, Julio Camba, José María de Cossío, Ignacio Zuloaga, Vázquez-Díaz, Joaquín Sorolla, Juan Cristóbal, Juan Belmonte, entre otros, pero, especialmente, el abogado, juez, cronista oficial de Madrid, periodista, colaborador del diario: «ABC» y escritor costumbrista Antonio Díaz Cañabate, que, en su libro «Historia de una Taberna» (Espasa-Calpe, 1947), inspirado en la tasca ilustrada antes nombrada y en los caldos que fabricaba mi papá redactó el famoso tomo nombrado, en el que dice de los vinos que hacía mi creador: «El Valdepeñas es un vino alegre; su alegría es como su color granate, una alegría trasparente que deja ver ese fondo de optimismo que todos llevamos en un rincón de nuestra alma».

También sentí la misma sensación embriagadora de emoción al cruzar por la puerta de las bodegas de «Vicente Navarro y Hermanos», sitas en la calle  Real, que, en, sus panzudas tinajas de barro todavía hacen excelentes caldos, como el reserva «Racimo de Oro» y un extraordinario vermut de vino «Valpini», que está para subir al cielo y compartirlo con los ángeles y los arcángeles…

Los años de esplendor
De los años de esplendor del vino de Valdepeñas, en que llegaron a existir casi 200 bodegas-entre industriales y elaboradores de cosecha propia-, ya apenas quedan lagares de aquella época gloriosa del llamado «Vino Barón», salvo media escasa docena, que se mantienen en pie luchando con uñas y dientes contra los grandes grupos bodegueros: Félix Solís y «Los Llanos», que son los que parten el bacalao y que ya lo advertía en los años 90 del pasado siglo el dicho popular del pueblo llano «Para el 2000: Los Llanos y Solís» y casi han acertado de pleno.

El pez grande se come el chico y la única forma de poder sobrevivir en el complejo y delicado mundo del vino es con calidad extrema y acogidos a la DO: Valdepeñas, que cada día es más alabada, dado que, está haciendo magníficos vinos blancos, tintos y rosados, que son muy valorados en el país, pero, particularmente, en el extranjero, donde gozan de un magnífico prestigio calidad-precio, hasta el extremo de que sólo Félix Solís ya exporta a más de 120 países y es uno de los mayores grupos bodegueros del mundo, que empezó don Félix Solís (Padre) con una pequeña bodega familiar, sita en la calle Bataneros y que sus hijos han sido capaces de levantar y consolidar un imperio vinícola asombroso que, actualmente, están ampliando todavía más su parque de barricas de envejecimiento en roble y conserva su estructura familiar, que ya va por la tercera generación, representada por Félix Solís Ramos, hijo de Félix Solís Yañez, que es el director general del grupo vinatero y el que lleva la batuta…

Bodegas Santa Isabel
También, cómo no, en estas fechas de vendimia me acuerdo de la otra bodega de mi familia, que pusieron por nombre «Santa Isabel»- en memoria de mi abuela Isabel- y que adquirieron en 1951 a «Pantoja», mi abuelo y sus hijos Matías, Joaquín y «Paco», y la regentaban mi tío Matías y mi padre, posteriormente lo hizo mi primo Antonio, al que siguió, en los últimos 3 años-1989-1992-mi primo Matías- hermano de Antonio e Isabel -que fue el que se encargó del cierren definitivo en 1992, tras 72 años elaborando vinos de calidad bajo la marca registrada de  «Vinos Brotons», lo que ocasionó que, el Pleno del Ayto. de Valdepeñas dedicará -años después del cierre- una calle nueva, en uno de los polígonos industriales con el nombre de «Bodegas Brotons» y otra con el de calle Antonio Brotons Sánchez, que poco antes de su prematura muerta fue nombrado Cronista Oficial de Valdepeñas.

El primer bodeguero fue Dionisio, continuando en la misma labor «Petro» (Petronilo), que fue un extraordinario vinatero y un trabajador noble y entregado a su quehacer como otros obreros de la bodega: Pepe (cubero), Félix (chófer), «El tito Pepe» (chófer y mecánico), Paquillo (ayudante), José Ramón (chófer), Clemente (ayudante del bodeguero), Hipólito (administrativo), Gabriel (chófer), Carmelo (ayudante), entre otros cuyos nombres no recuerdo, dado que, eran llamados por los apodos, que no quiero escribir aquí, pero que cité en mi libro-guía: «El vino de Valdepeñas en las tabernas de Madrid», en las ediciones de 1999 y 2003.

Nostalgia del ayer

En fin, estimados lectores que, cuando llegan estas fechas siento una extraña nostalgia, una sensación de vacío, que me invade de recuerdos y abrasan como cenizas candentes en aquella infancia dorada y feliz, en la que bebía el mosto fresco de las uvas recién exprimidas que me daba mi padre, cuando acercaba el vaso al canalillo de la prensa, donde caía el dulce mosto que, tras largo recorrido por las margueras vertía cual caudaloso río en las tinajas de barro de 500 y 600 arrobas, donde el mosto, después de fermentar tumultuosamente- precioso espectáculo en el tinto se convertía en néctar de Baco, el divino Baco, que es un dios hedonista al que el artífice de este artículo adoró con fervor durante muchos años, hasta que, en 2017 tuve un infarto, que casi me lleva al «Corral de los callaos»…., que, en Valdepeñas, también se le llama «El patatar», dado que, en su día, fue tierra para sembrar el tubérculo citado, también conocido como el pan de los pobres.

Aunque ya no es embriagador el perfume a mosto que invadía todas las calles de mi ciudad-isla, mi ínsula báquica, mi Atenas, mi Alejandría, como en siglos pasados, porque las grandes bodegas no están situadas dentro del casco urbano de la «Ciudad del Vino» y las antiguas han desaparecido en su mayoría, todavía quedan algunas calles en las que huele a vendimia en Valdepeñas. Loados sean los dioses…

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Una de las primeras etiquetas utilizadas en botellas de vino tinto por las desaparecidas bodegas: "Matías Brotons, Hermanos y Cía", que se puso en circulación hacia 1944
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