Dos años después de que la palabra Covid-19 apareciera para estar presente en cada noticiario, en cada reunión de amigos, en cada conversación ligera en un supermercado, parece misión imposible encontrar nuevos puntos de vista. Científicas, enfermeros, comerciantes, medicas, transportistas, profesores y mayores: todos han hablado de este virus que confinó al mundo en sus hogares, eliminó los abrazos y el bullicio en las calles durante meses, y con el que ahora la sociedad convive después de seis olas y tres campañas de vacunación. En todo este tiempo existe un colectivo que apenas ha sido escuchado: los adolescentes.
“La gente se quejaba de vivir en una época aburrida y estamos viviendo dentro de un libro de historia”. Son las palabras de Alejandro Martín, de 17 años, y Elena Díaz, que recién los ha cumplido, reunidos con Paula Molina, de 14, Ana María Martín, de 16, Pablo Martín, de 14, y Miguel Bueno, de 15, en un encuentro organizado por Lanza en el Espacio Joven de Ciudad Real con motivo del ‘segundo aniversario’ de la pandemia. Fue el 4 de marzo de 2020 cuando la Dirección General de Castilla-La Mancha confirmó el primer positivo en SARS-Cov-2 en la provincia. Desde entonces, Ciudad Real ha registrado más de 118.000 contagios.
El Covid fue un “meme”
No es novedad. La primera vez que escucharon hablar del virus fue a principios de enero de 2020, pero dicen que les llegó “como si fuera un meme”. “Como todo el mundo se lo tomaba a broma, pues yo igual”, dice Alejandro Martín. La guasa siguió, incluso cuando en la semana previa a la declaración del estado de alarma en España los mandaron a casa sin clases presenciales. Ana María cuenta que la idea era, “vamos a estar 15 días de vacaciones sin clase, y luego volveremos y todo normal”. Elena, sin embargo, tuvo un “pálpito” aquel 14 de marzo en el que salió el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y dijo que empezaba el confinamiento. “Yo estaba súper paranoica y lo pasé super mal. Yo decía, de aquí no salgo viva”, confiesa.
Mascarilla, desinfectantes, China. Son las palabras que les vienen a la mente cuando les nombran el Covid-19. También caos y desconocimiento. Miguel piensa “en el riesgo, no solo a contagiarte tú, sino a la gente con la que convivías, a los abuelos”, y además nota “impotencia”. En estos 24 meses los jóvenes de Ciudad Real han tenido que aprender a convivir con el temor a contagiar a su entorno y con la frustración de que, a pesar de las precauciones, en muchas ocasiones al final han llevado el virus a su casa. “El día que me contagié me sentí muy culpable, porque estoy convencido de que se lo pegué a mis padres y a mi hermano. Dije, ¿qué he hecho”, comenta Pablo.
Siestas, brownies y entrenos de ballet en un piso
Mientras que estudiaban en la cocina, porque todos los miembros del hogar tenían que trabajar desde casa, y a coordinarse para no hacer ruido, los adolescentes aprendieron en pleno confinamiento a hacer dulces, conocieron las bondades de la siesta y cogieron hasta manía a las videollamadas. “Antes me costaba mucho dormirme, y desde esto, pues duermo mejor. Claro, tampoco tenía otra cosa que hacer. Y claro, ahora me cuesta mucho desengancharme”, cuenta Pablo. Desde entonces Miguel toca la guitarra y Ana María cocina más, brownies y bizcochos, a pesar de que su madre no la deja entrar en la cocina porque luego no limpia. Paula ahora valora mucho más sus clases de ballet.
Como para el común de los mortales, el mejor momento del día era cuando salían al jardín, “con 10 metros cuadrados de césped para poder respirar”, o las 8 de la tarde, cuando salían al balcón a aplaudir a los sanitarios y a los servicios esenciales. Les transmitía mucho “la unión de la gente”, que dicen que antes nunca habían visto. Eso sí, el encierro dio para sensaciones de todo tipo. Les irritaba no poder entrenar bien por la falta de espacio de los pisos y las clases online, que “llegaron de golpe, sin tiempo para organizar nada y que como todo fueron un desastre”, e incluso pasar tanto tiempo en familia, “porque no es fácil aguantar durante 24 horas a la misma gente sin cambiar de aires”.
La ‘nueva normalidad’: adiós al contacto físico y a las excursiones
Por si el confinamiento fue poco, la vuelta a las clases en la ‘nueva normalidad’ no fue la mejor, con miles de restricciones. Parecían “una tumba”, el impacto fue tan brutal como el “silencio sepulcral” de las calles vacías. “Entre las mascarillas y que estábamos separados, es que nadie hablaba”, señala Alejandro. A pesar de estar en una etapa de la vida marcada por las relaciones sociales, el contacto con el entorno y el sentimiento de grupo, los jóvenes salieron con “un miedo terrible” a acercarse a la gente. “Creo que con las personas que conocí en ese contexto, la relación se hizo mucho más distante desde el punto de vista físico. Me costó mucho darles abrazos o besos”, reconoce el joven. Hábitos que consideraba antes naturales ahora le cuestan más y Alejandro reflexiona que la pérdida del contacto físico repercute en la comunicación.
“Cuando empezó el confinamiento tenía 12 años y en 2023 cumplo 16. Son cuatro años que se han perdido en nada, en el que las relaciones sociales se han reducido”, comenta Miguel, que cursa tercero de la ESO. Durante los sucesivos confinamientos, cuenta que “de la noche a la mañana nuestros contactos se redujeron a los 4 amigos que tuviésemos y a los compañeros de clase”, con los que solo podía hablar mediante videollamada. La gente que conocían en sitios como el Espacio Joven desapareció. Pero es que, recién salidos de la primera cuarentena, mantuvieron “muy bien las distancias” y la mascarilla “siempre puesta”. Aunque han recuperado su vida social en los últimos meses, todavía en la actualidad, “siempre que no haga un frío siberiano” prefieren tomar algo con sus amigos en una terraza en vez de estar en interiores.
¿El Covid-19 os ha quitado cosas? La respuesta es unánime: “muchas”. Lo primero a lo que aluden es a las excursiones del instituto y a los viajes. “No valoré realmente lo que fueron los dos últimos carnavales de Miguelturra”, bromea Alejandro. Cuentan que ligar “es igual que siempre”, aunque no del todo. “Cuando se bajan la mascarilla, pues dices: ah, vale he acertado. Y si no: creo que no estamos congeniando mucho, vamos a tener que cancelar el plan”, comenta entre risas Paula. Por su parte, Ana María lamenta que el Covid le ha impedido conocer mucha gente nueva y Alejandro añade que “muchas experiencias que debería haber vivido entre los 15 y los 17, en la que vas probando tus límites y descubriendo, se han retrasado”. Algunos tienen la sensación de haber perdido el tiempo.
Pillar el Covid después de casi 2 años de pandemia
Cinco de los seis han pasado el coronavirus. “Lo mío la verdad es que fue muy triste, porque me pilló en Reyes, la última semana de vacaciones de Navidad, y lo pasé fatal con el asma. Me perdí los ensayos para un examen de mi entreno, y me llamaban mis amigas y me decían que pensara en positivo. Pero positiva era yo”, dice Paula. Ana María también lo pasó en la sexta ola, en diciembre de 2021, y cuando se enteró tuvo “una sensación rara”. “Ya eran casi dos años esquivando el Covid por todas partes y lo cojo entonces, pudiendo estar de vacaciones. Era como, ya no toca. Esto en marzo de 2020, no ahora”, relata. Eso sí, añade Miguel, que es el único que no lo ha sufrido, “ahora si lo pasas, parece que tienen un punto extra de resistencia”.
Igual que el resto de la sociedad cada día son más impasibles frente a los altibajos del virus y en estos días, cuando ven que aumentan los casos en el resto de Europa, apuntan que ya no les asusta. “Ha pasado tanto tiempo que dices, pues otra vez. Si nos vuelven a confinar, pues otra”, dicen con resignación, pero cansados. La mayoría se quitaron el pasado verano la mascarilla, porque no podían más, aunque, añade Ana María, “tampoco todo el rato”. “A día de hoy la sigo llevando. En verano me la quitaba más, porque agobia con el calor, pero ahora en invierno no”, explica la joven de cuarto de la ESO. Ya no les da tanto miedo, pero añade, “claro que sigue agobiando, porque está ahí”.
Todos creen que dentro de un año el Covid seguirá. Es “algo que vamos a tener toda la vida”, aunque, bien informados de la actualidad, añaden que “se va a convertir en un virus más, como la gripe”. Paula confiesa que, cuando empezaron a salir los adolescentes y veía a algunas de sus amigas que se daban besos y se quitaban las mascarillas, les decía, “pero, ¿qué hacéis? ¿qué hacéis?”. “Luego vi que nos iba a tocar vivirlo hasta el día que nos muramos y entonces…”, añade. Es que “hemos vivido una pandemia y luego todo lo que ha venido después. Nunca me hubiera esperado vivir esto”, exclama Elena, mientras que sobrevuela la guerra de Ucrania, la tensión con Rusia y el desabastecimiento por la huelga de transportistas y la subida de los precios.
Nunca ir de concierto o a una gran discoteca fue tan deseado
Son adolescentes y lo que más les apetece es ir a un concierto o a una discoteca para darse un baño de masas. Ana María se iría a un concierto, “de C. Tangana, de Morat, o de quien fuese”. Miguel se apuntaría “a festivales de música, a todos los habidos y por haber, a dormir en campings y a disfrutar de playas muy llenas”. Pablo fliparía en un partido de fútbol, con el estadio abarrotado, donde “animaría como un animal”. “Volaría a cualquier lugar del mundo, donde fuera, y me metería en una discoteca muy grande. Entonces diría: ya está”, expresa Paula.
Contradicciones de la pandemia, todos comparten en cambio que, si en estos momentos les metieran en una aglomeración, buscarían “la salida más cercana”. Eso es lo que quieren, pero el sentido común les dice que no lo pueden hacer, porque “la vas a liar parda”. En marzo de 2023 desean estar “sin mascarilla y con muchos amigos, con mucha gente con la que compartir los momentos perdidos”. A lo mejor es suficiente salir a pasear, comer gusanitos en el parque, perderse de tiendas o sentarse en un bar. “En este tiempo yo lo que quería era salir a El Portalón, sentarme con mis amigas a tomarme algo, sin estar divididas por mesas y estar toda la noche charlando”, dice Elena. Quieren dejar de tener la sensación de que “el virus no te está quitando la libertad para respirar y para poder ver a la gente tal y como es”. Aunque una noche de fiesta ‘de las de siempre’… estaría muy bien.