Momentos de aparente desconcierto. Decisiones judiciales que algunos tildan de políticas, altos tribunales que no comulgan con las decisiones de otros, hechos gravísimos que los medios convierten en espectáculos para el divertimento del personal, síndromes de Estocolmo que hacen de los enemigos del régimen democrático simpáticos compañeros de no sabemos qué, referencias impúdicas a un pasado al que los secesionistas se aferran como única coartada para sus actuaciones delictivas…
España es una nación que en un símil culinario, presenta hoy el mismo aspecto de ese plato tan de moda que integra las cartas de algunos restaurantes pijos y al que los artistas gastronómicos han bautizado con el creativo y desconcertante nombre de “tortilla de patatas desestructurada”. Un plato que toma el nombre de ese otro tan genuinamente español, al que algunos se están empeñando en dejarle poco más que el nombre.
Sin suficiente nitidez y cohesión, yendo según vemos cada autonomía a lo suyo, esto es, a satisfacer un excesivo protagonismo político, algunas excluyentes con la necesaria unidad del Estado, conformando algo que no se corresponde en absoluto con el nombre ni aspecto que le da sentido, la impresión que trasmitimos es la de ser un país desestructurado que se encuentra permanentemente a medio hacer… o a medio deshacer que es algo muchísimo peor. Un plato que tiene atragantado a casi todo el país por lo difícil de digerir que parece. Un plato que se viene repitiendo cada día, uno tras otro y que produce hartazgo en buena parte del territorio.
Desde luego que España es un país que con demasiada frecuencia presenta muchos nubarrones políticos amenazantes en su horizonte, impropios del alegre clima y genio de sus gentes, una nación…a la que absurda, torpemente y con mucha frivolidad algunos políticos se han empeñado en hacerla demasiado diferente.