Sucedió en uno de mis últimos viajes a La Habana, que tanto admiro por su españolidad. La capital de Cuba me trajo siempre a la memoria versos de Nicolás Guillén y páginas de Guillermo Cabrera Infante, entre otros. Me hallaba en el centro de aquella ciudad fundada por españoles. Desde la Plaza de Armas contemplaba la fortaleza del Morro, de estilo renacentista. Durante más de un siglo fue el principal baluarte de defensa contra los ataques de la piratería. En lo alto de la torre del castillo se halla la célebre Giraldilla, una estatua realizada en bronce de dos metros de altura que porta en la mano izquierda la Cruz de Calatrava. Me contaron que fue mandada colocar por Juan Vitriran de Villamonte, caballero de dicha orden, y realizada por Jerónimo Martín Pinzón, como homenaje a doña Inés de Bobadilla, esposa de Hernando de Soto y primera gobernadora de la ciudad.
Al fondo de la Plaza de Armas se encuentra el Palacio de los Capitanes Generales, hoy convertido en Museo Histórico. Bajo sus bellas arcadas se conservan las estatuas de los reyes Carlos III y Fernando VII, ésta colocada inicialmente en el centro de la plaza, lugar que hubo de ceder al monumento de Carlos Manuel Céspedes, primer presidente de la república de Cuba.
Pero yo, en aquella refulgente mañana caribeña, venía a visitar a Miguel de Cervantes y a Don Quijote de La Mancha, los cuales se encuentran un tanto separados en la geografía de la ciudad Atravesé la plaza de la catedral, pasé por la Bodeguita del medio– uno de los restaurantes más típicos de La Habana–, por el Centro de Promoción Cultural Alejo Carpentier, hasta llegar al pequeño parque que los habaneros llaman de San Juan de Dios. Aquí está a única estatua dedicada a Cervantes en Cuba. Al menos yo no he visto otra. Se trata de una plaza poblada de árboles y con bastantes bancos para que la gente pueda descansar. Los edificios son antiguos en su mayor parte, aunque también hay algunos nuevos de reciente construcción como el que ocupa el Ministerio de la Industria Ligera. En la parte izquierda del pedestal de la estatua de Cervantes había algunas pintadas de intencionalidad política, que nada tenían que ver con el genial escritor. Cervantes y su obra permanecían vigentes en esta bellísima isla caribeña
Nicolás Guillén comentó –tomando datos del historiador de La Habana, Eusebio Leal Spengler—que la estatua cervantina fue instalada el primero de noviembre de 1908, siendo obra del escultor italiano Carlos Nicolini. “Parece –escribió Guillén—que fue una ceremonia de gran ambición cívica, pues la acordó el Ayuntamiento habanero. El discurso fue pronunciado por el doctor Alfredo Zayas, que llegaría a ser presidente de Cuba y cuyo gobierno fue un verdadero baño de lodo para todo el país”.
Cervantes aparece sentado, un poco forzada su figura, con la pluma entre los dedos, la golilla ciñéndole el cuello, con el rostro inteligente y adelgazado que le caracterizaba. Mientras tomaba estos apuntes, junto al monumento, la gente me miraba con curiosidad. Un joven mulato me preguntó si yo era español. Le dije que sí y platicamos un rato sobre Cervantes y el Quijote, obra que conoce de oídas, pero que nunca ha leído. Le dije que también sucede lo mismo en España. Pero, me aseguró el joven cubano, que después de la conversación que hemos tenido procurará leerlo.
Al filo del mediodía me traslado a otro lugar de la ciudad, a la parte moderna que llaman el Vedado, donde se encuentra el monumento a Don Quijote, realizado por Sergio Martínez. Aquí el artista ha utilizo alambrón de hierro y electrodos de soldadura eléctrica. Está desnudo Don Quijote, como flotando en el aire. Austera y heroica su figura. La gente pasaba y miraba al extraño caballero andante, y yo me sentía orgulloso cómo al com probar como el símbolo más entrañable de La Mancha era admirado al otro lado de la mar oceana y continúa cabalgando por encima del tiempo. Nicolás Guillén escribió: “Alguien me contó el otro día que dos niños colegiales discutian acerca del monumento. Decia uno, Cervantes, el del Quijote. El otro rectificaba, el Quijote de Cervantes. Y agregaba el gran poeta cubano: “Sin embargo, creo que tiene razón quien le llama Quijote de América..
Caminé durante once días por aquella hermosa geografía y puedo dar fe del gran afecto que la inmensa mayoría de los cubanos siente por España. Pasé horas inolvidables en La Habana, en Pinar del Río, en Cienfuegos, en Cayo Largo, en Matanzas, en Varadero, en tantos otros lugares de la isla. También en Varadero se estaba levantando un monumento a Don Quijote y Sancho Panza y observé que ya funcionaba un mesón llamado del Quijote. No olvidan los cubanos su ascendencia española ni a las raíces más representativas de nuestra cultura. Me consta que Cervantes y su obra permanecen vivos en esta bella isla del Caribe.