Algunos amigos de convicción y sentimiento federalista sobre España se planteaban estos días la conveniencia de pronunciarse públicamente antes de las próximas elecciones generales sobre esa cuestión: la deseable estructura territorial del país.
Ya lo hicieron antes de las elecciones al Parlamento europeo. Incluso su iniciativa impulsó que también se llevase a cabo una declaración federalista a nivel nacional. Eran los días en que se celebraba el 150 aniversario de la firma por representantes vascos y navarros del histórico aunque olvidado Manifiesto Federal de Éibar.
Ahora, por delante no hay conmemoraciones importantes ni el menor atisbo de aliento federalista. Por el contrario, ya se da como segura la estrategia del Gobierno en funciones: un enfriamiento urgente de aquella Declaración de Granada que hizo el PSOE en la que se hablaba de profundizar en el autogobierno y la relación federal, como la de otros muchos países europeos. Después han ocurrido muchas cosas.
Pedro Sánchez repite como candidato a la Presidencia del Gobierno e incluso Alfredo Rubalcaba ha fallecido, lamentablemente, por lo que no se recuperará aquella posición que rescataba un poco de la esencia de los postulados del PSOE y sirvió para ligar algo el socialismo español antes de la debacle.
“Revolta” y extrema derecha
Es evidente que la magnitud política de un país se manifiesta en la valentía y eficacia para asumir sus desafíos más profundos, no en dejarse envolver por las circunstancias o el ruido mediático. Por eso los amigos federalistas se preguntan si es oportuno reiterar justamente ahora la importancia de que España de un viraje a su Constitución en el sentido federal.
Ellos consideran en general que si, como lo era hace pocos meses, en víspera de las otras elecciones, a pesar de que choquen contra la realidad que está generando el PSOE en esta nueva/vieja campaña: no es tiempo de cambios. Ni aunque fuera el propio Felipe González quien apostara hace unos días por un cambio federalista frente a Mariano Rajoy en La Toja (Pontevedra).
Todo hace pensar que han cambiado dos aspectos fundamentales: La “revolta” catalana ha contaminado al socialismo con los mismos miedos al vacío que la derecha ha expuesto siempre a cualquier cambio del viejo estatus constitucional. Al parecer, ya no es el momento de profundizar en el autogobierno cuando se está advirtiendo sobre el uso de leyes constitucionales que puedan acotar el marasmo nacionalista de Catalunya.
Sin duda, no se termina de entender que el verdadero cambio de régimen después de la transición radicará en el cambio de las formas de autogobierno, en su profundización basado en el consenso político. Si no se aborda pronto ese cambio, la peonza catalana seguirá dando tumbos y contaminando las paredes de la política española, desviada de sus quehaceres más urgentes, más decisivos para el futuro del país, aunque menos mediáticos.
Ocupar la calle y las pantallas
De otra parte, la tensión sobre Catalunya ha diluido el perfil claro que desde hace décadas se venía manteniendo sobre la defensa de los derechos públicos. Es evidente el retroceso de esa línea de avance hasta escenarios de los primeros años de la transición, o los medios de comunicación han encontrado un nuevo filón en nuestra memoria negra.
Echar la culpa de esa marcha atrás a la propia derecha política es pretender escapar a la realidad. Ya estaba ahí esa derecha ultraconservadora, más o menos camuflada. Será más razonable identificar con claridad a quienes les han abierto la puerta de la historia para aflorar sus pancartas y gritos, o porque fuese a explotar su vientre ideológico, sino por la pérdida de su espacio electoral. Lleva razón quien opina que no se pueden hacer pactos de Estado con la actual derecha española, aunque la derecha de Mariano Rajoy sí hubiera querido hacerlos, como dice ahora públicamente.
Aunque andan muy preocupados por la senda sobre la que camina la política española, es razonable la duda de algunos federalistas sobre la oportunidad de reivindicar el cambio que plantean teniendo en cuenta el escenario actual. De hecho, a nivel nacional la campaña electoral ya tiene marcadas las líneas del debate. No será la economía, por mucho que se vaticine una nueva crisis, ni lo será la forma de gobernar España. El debate catalán ha encallado sin tiempo para que surjan otras compuertas y la derecha va a tomar las calles. La acción/reacción del PSOE sobre el nacionalismo catalán y el alboroto derechista ya son las grandes líneas de la agenda. De nuevo.
El nacionalismo vasco, al acecho
Sería de inestimable valor que se hablase de federalismo en el nivel de las comunidades que empiezan a girar hacia deseos centralizadores. Aquellas que, como el País Vasco o Galicia tienen agenda propia, no lo querrán hacer, porque no comparten esa visión cooperante entre el Estado y los territorios (todos) y, cuando hablan de federalismo a la europea, en realidad están tendiendo un puente voladizo sobre la nada.
En Euskadi, la idea federalista va a pugnar con la tensión que ya ha generado el debate del nuevo estatuto de autonomía. El PNV ha renunciado a hacer de fiel de una balanza porque está en el mismo lado de su adversario más igual y más cercano, la izquierda independentista, y cualquier gesto en falso puede cubrir las calles de otras banderas como las esteladas catalanas. El PNV siempre será un socio caro para quien sea que gane las elecciones y el PSOE vasco no lo va a provocar con cuestiones inoportunas.
Pese a todo, hablar de federalismo en España en víspera electoral es una postura de progreso. Donde ocurra y se pueda abordar la solución para un mejor gobierno, dejará alguna huella en las aceras para que en próximas ocasiones se afronten con decisión y eficacia esos retos inmediatos que se anuncian para las próximas elecciones del 10-O.
Aurelio Romero (Ciudad Real, 1951) es periodista y escritor