El paseo central tenía a su izquierda y tras superar la cancha de deportes de la Ferroviaria, un muro que lo separaba de las vías del tren. Una pared hoy inexistente delante de la cual estaban instaladas las casetas dedicadas a la venta de turrones, pájaros, quisquillas, licores, sidra, coco, horchata, chocolate con churros y demás productos que en aquellos años, no era frecuente encontrarlos en la ciudad fuera de temporada.
A continuación se encontraba una de las tómbolas, había varias, y tras ella, tres o cuatro barcas que las recuerdo enormes y que en su movimiento pendular llegaban a ponerse casi en posición vertical y en las que un amigo sufrió un accidente al salir lanzado de una de ellas. El sistema de frenado consistía en unas gomas instaladas en la base y en una madera en el suelo, que con una palanca y por fricción, detenían el movimiento poco a poco hasta su parada final.
Superando esta atracción y donde el Parque se ensanchaba, estaba la icónica Ola, y enfrente el “trenecillo de la muerte, los caballitos y los coches de choque”. Y al final…el circo como culminación de todas las atracciones.
En el lado derecho del paseo central, al principio, se encontraban un buen número de orzas con berenjenas de Almagro, otro icono cuya consumición era inevitable y como garantía de haber estado en la feria. Estaban alineadas unas junto a otras, al aire libre, es decir sin casetas que las cubrieran.
Más adelante y antes de llegar a la entrada de la Fuente Talaverana, estaban situados los puestos de tiro con carabinas de aire comprimido que se hacían disparar sobre múltiples objetos en movimiento errando casi siempre, otros ofrecían lanzamiento de pelotas sobre muñecos, canastas y demás juegos de habilidades.
En el paseo lateral, estaban situados los puestos atiborrados de juguetes que eran de lo más variados. Muñecas y muñecos, trajes de “gitana”, sombreros andaluces, garrotas, pistolas de agua, de plástico con chaleco y su estrella de sheriff,…balones, peluches, un sinfín de casetas que bordeaban el paseo convertido ahora en un prolongado bazar. Y a la mitad y a su derecha, la Pista Municipal.
Siguiendo por el paseo se encontraba otra de las tómbolas, esta gigantesca y con más luz. Decir que resultaba impresionante la cantidad de gente que probaba suerte atraída por los gritos del feriante, quien se preocupaba de dar el premio cuando más público había.
Y parque arriba, parque abajo, los carritos de globos y pipas, cacahuetes, pitos, almortas y demás frutos secos.
Y entre sirenas, gritos y el follón del ruido provocado por tanta gente, la música de las dos citadas pistas de baile, La Talaverana y La Municipal, cada cual con su particular sabor. En ambas actuaban artistas de primera fila; recuerdo a Nati Mistral, Raphael y el Dúo Dinámico, entre otros.
Recuerdos de una feria con un día dedicado a la Batalla de Flores y en la que se celebraban tres o cuatro corridas de toros, Concursos de hípica en el ya desaparecido estadio Puerta de Santa María, que hoy continuan en otro lugar. Una feria con olor a churros y berenjenas en la que quien escribe, entonces niño, fue feliz.