No se oye que somos el país de la Unión Europea con el índice de inflación más bajo; no se habla del beneficio de subir el salario mínimo; no se habla del salario básico vital; no se analizan las iniciativas en defensa de los derechos de la mujer; no se habla del trasvase de la sanidad pública a la privada; no se habla del tope a los precios del gas; no se debate sobre el reparto y la aplicación de los impuestos; no se debate sobre las diferencias del neoliberalismo y la socialdemocracia; que no se hable de que el Partido Popular fue echado del gobierno por corrupto. De eso nada.
Pero hay otra cuestión más grave, y con un calado más profundo. Desde hace mucho tiempo, al menos más de un siglo, existe un sector sociológico, político y mediático, minoritario, pero con mucha fuerza, que es incapaz de admitir que gobiernen otros que no sean ellos. El poder les pertenece, y los demás son “otra gente”. Son okupas; son unos malvados, rojos, comunistas, que cuando ganan elecciones forman gobiernos ilegítimos, gobiernos frankenstein. Por eso plantean una oposición asfixiante, que impida avanzar hacia una sociedad más justa y solidaria. Y no es exclusivo de nuestro país, se extiende por todo el mundo.
¿Tiene solución? Claro que la tiene. La solución pasa por la unión inquebrantable de los sectores progresistas, que son muchos más, pero que están sumidos, unas veces, en lo acomodaticio, y otras en luchas internas e inútiles. Son muchos pero andan como cabras por el monte. Mejor sería, unidos, e imponiendo el relato del progreso, del avance social. Vemos como el que fabrica la peor moto la sabe vencer, y el que tiene la mejor no la sabe vender. El relato de la socialdemocracia debe introducirse con tal fuerza que tape los relatos patrioteros e interesados. Ahí está la solución; la única.
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