Francisco A.A., el vecino de Daimiel condenado a 23 años de cárcel por delitos de violación, maltrato y contra la integridad moral de una chica de 17 años con la que salió unos meses, se ha convertido en prófugo de la justicia.
De 26 años y con antecedentes por violencia de género, Francisco A.A. fue juzgado y condenado a esa abultada pena de cárcel por la sección segunda de la Audiencia Provincial en el mes de mayo, que ha recurrido ante el Tribunal Supremo. Entonces estaba en prisión por un delito común por el que quedó libre en septiembre.
En rebeldía desde este mes
A finales de octubre, tras una publicación de este periódico, la fiscalía reaccionó y solicitó al tribunal que lo citara para una comparecencia en la que iba a pedir su ingreso en prisión provisional, ante la gravedad del caso. El tribunal le mandó la citación para el 5 de noviembre pero no se presentó, por lo que se dictó una protocolaria orden de localización y detención, que un mes y medio después no ha dado resultado. El último trámite ha sido declararlo en rebeldía.
El fallo de la sección segunda de la Audiencia de Ciudad Real no le permite residir ni aproximarse a Valdepeñas, la ciudad de la víctima, que tiene una orden de protección integral (está vigilada las 24 horas del día).
Nunca ha estado preso por esto
Pese a lo abultado de la condena, de la sección segunda de la Audiencia Provincial por unos hechos de 2015, nunca ha estado en prisión preventiva por esta causa. En abril, cuando se celebró el juicio, llegó esposado y conducido por la policía porque estaba en la cárcel, pero por otro caso.
La sentencia condenatoria de la Audiencia Provincial también fijó años de libertad vigilada dada la gravedad de las conductas que se consideraron probadas, y las secuelas psíquicas de la chica, ahora de 20 años.
El primer tortazo: por fumar
El tribunal consideró probados la mayor parte de los hechos que relató la víctima en el juicio. La joven explicó que al principio estuvo con él por voluntad propia pero cuando se dio cuenta de su carácter violento y le cogió miedo. “No quería que fumase pero yo le decía que no podía dejarlo así por las buenas, y una noche que le di unas caladas al cigarrillo de una amiga me dio el primer bofetón”, explicó.
Así siguió la relación hasta que en octubre le pidió el teléfono móvil para ver sus contactos, ella se negó, él lo cogió de todas formas y al ver que había chateado por whatsapp con chicos y chicas, le pegó y le rompió el teléfono.
Se la llevó por los pelos de un parque
Este episodio, del 11 de octubre, fue el definitivo. La adolescente resolvió que no quería verlo más pero al día siguiente él fue a buscarla a su casa. “Llegó y me dijo que me fuera por las buenas o por las malas, como no quise me levantó por los pelos del banco en el que estaba sentada y me llevó a la fuerza al coche”. De esta manera empezaron los episodios más graves por los que fue condenado.
Le obligó a beberse una botella de orín
En el trayecto se supone que la estuvo agrediendo con un destornillador e incluso la amenazó con mearse en su boca. Pero las cosas empeoraron cuando la llevó a casa de su familia en Daimiel, allí cumplió esta última amenaza: orinó en una botella y en presencia de varios familiares suyos la obligó a beberse el orín, mientras la amenazaba con una catana. Además le hizo llamar a su familia para decirles que se había ido de casa por voluntad propia, cuando era mentira.
El tribunal da por válido que era tal el miedo que le tenía al acusado que al día siguiente accedió a ir a la Guardia Civil de Daimiel con él para explicarles que se había fugado porque quería y que las lesiones, visibles en ese momento, se las había hecho en una pelea con una chica. También accedió a irse a un centro de menores en vez de regresar con sus padres, que fueron a buscarla.
Prefería que la violara a que le pegara
Los magistrados también consideran probado que tanto a finales de agosto de ese año como a finales de septiembre la agredió sexualmente en dos ocasiones, e incluso grabó en video una de esas violaciones. Sobre estos últimos episodios la víctima testificó que había llegado a un punto de relación que prefería que la violara a que le pegara, y se dejaba hacer.
Contundente y sin rencor
El tribunal le dedica varios párrafos al testimonio de la joven, prueba fundamental en este caso, “a pesar de su juventud y de la amarga experiencia vivida no dejó entrever ningún sentimiento de rencor, de un ánimo de ir más allá de lo que realmente vivió, serena, aunque hundida, y sobreponiéndose a su estado de ánimo, dando respuestas claras, contundentes, sin contradicciones, sin adornar en contra del acusado los hechos que uno a uno fue narrando, sin que la contradicción a la que fue sometida por acusación y defensa la hiciera dudar en su exposición”.