En el norte del Campo de Montiel, un cerro amesetado controla la llanura. Su tierra es roja y fértil, el agua corre por ríos, arroyos y manantiales, y durante milenios ha sido cruce de caminos. La Alhambra de La Mancha no tiene patio de los leones ni techos con mocárabes, pero es el territorio al que nunca ninguna civilización renunció, donde pobladores nómadas dejaron su rastro hace 4.000 años, donde íberos y romanos convivieron. El subsuelo, convertido a lo largo del tiempo en una especie de ‘sándwich’ de culturas, es una mina de conocimiento, y los secretos desvelados un imán para curiosos y amantes de la historia.
“La carta arqueológica tiene documentados en el término municipal de Alhambra alrededor de 140 yacimientos, entre poblados del paleolítico, íberos, villas romanas, asentamientos árabes y cristianos”, comenta Francisco Gómez, presidente de Tierra Roja. Formada por ochenta personas, esta asociación se ha convertido en custodia de la historia, promotora de campañas arqueológicas junto al Ayuntamiento y, sin duda, gran divulgadora del patrimonio de Alhambra. No solo gestiona el Museo Arqueológico, sino que promueve seminarios, guía rutas turísticas y es la organizadora de las Jornadas Ibero-Romanas Laminitanas, que cada año atraen a miles de personas. Lo más curioso es que, aparte de dos historiadores, la mayoría de los socios son aficionados, comprometidos con el desarrollo local.
Los pobladores de hace 4.000 años

Varios bifaces, piedras talladas por las dos caras, que se utilizaban como herramientas para “cazar y despiezar” los animales, describen la génesis de Alhambra. Son el testigo del paso de grupos trashumantes en los entornos fluviales. Están expuestos en el Museo Arqueológico, al igual que los fragmentos de cráneos humanos aparecidos en varios túmulos del cerro del castillo. La prueba del carbono 14 reveló que tenían 3.800 años. Este museo es uno de los mejores puntos para comenzar o terminar una ruta por la localidad, pues incluye la secuencia cronológica y multitud de tesoros. Además hay que pasar por Mirador del Calvario, que ofrece una de las mejores vistas a la Sierra de Alhambra y el Campo de Montiel.
La cultura de las motillas describe el Bronce Manchego y para encontrar vestigios solo hay que andar 3 kilómetros desde el casco urbano de Alhambra en dirección norte. El Cerro Bilanero, que no es una motilla, sino una morra, porque está en elevación, estuvo habitado entre los siglos XXI y XIX antes de Cristo, y fue uno de los poblados de la Edad de Bronce en la Península Ibérica con menor tiempo de ocupación. Estuvo en activo entre 40 y 115 años, y lo más curioso es que no existen evidencias de episodios violentos que lo llevaran a su desaparición. Ni guerras, ni incendios: el ocaso del Cerro Bilanero es todo un misterio.
El león íbero de Alhambra

Para seguir la cronología, los pasos de Tierra Roja tienen que regresar al casco urbano. Hay dos piezas que describen el pasado de Alhambra como oppidum ibérico previo a la llegada de los romanos. Eusebio López, que es también miembro de Tierra Roja, comenta que “existen indicios de que la cultura íbera, en el seno de la región conocida como Oretania, construyó una ciudad fortificada en la zona norte del cerro de Alhambra”. Francisco Gómez hace referencia a dos esculturas que aparecieron en la necrópolis íbero-romana. Por un lado, “un león que protege la cabeza de un guerrero íbero” y, por otro, “la cabeza de un toro o un lobo”. Estas dos piezas se pueden contemplar en el Museo Provincial de Ciudad Real, que es depositario de muchos de los hallazgos, y en Alhambra existen reproducciones.
Es a partir de aquí, cuando la cantidad de restos se multiplican. Francisco Gómez explica que “existen evidencias de la convivencia de íberos y romanos”, e incluso del proceso de “romanización” de la cultura íbera. Lo refleja la urna funeraria de Fortunata, que va acompañada de una leyenda íbera y que hoy es una de las joyas de la exposición ‘Atempora Ciudad Real. Un legado de 350.000 años’, que recoge también el Museo Provincial. “Todo parece indicar que los íberos aceptaron las condiciones romanas, empezaron a convivir con ellos y asumieron sus tradiciones”, explica Gómez. En este caso, la urna está fabricada por un indígena íbero, acompañada de unos platos de terra sigillata, una cerámica puramente romana.
En busca de Laminium

Solo hace falta mirar al suelo para saber el motivo que llevó a los romanos a asentarse en Alhambra a finales del siglo III antes de Cristo y de una forma que no pasó ni en Alarcos ni en el Cerro de las Cabezas. Se desconoce si “hubo enfrentamiento bélico previo al acuerdo o no”, pero lo cierto es que, según insiste López, “mientras que en otros puntos de la provincia los romanos llegaron y arrasaron, aquí se asentaron para formar una ciudad en la zona sur”. Uno de los motivos fue que a 3 kilómetros de allí pusieron en marcha una explotación de piedra arenisca, conocida como moliz, que tenía “unas características excepcionales para afilar” y que viajó por todo el imperio.
La ubicación de las canteras en el paraje conocido como Los Molares, en el entorno de la ermita de la Virgen de Fátima, es una de las pruebas que permiten localizar Laminium en Alhambra. Y esto es importante, pues tal y como ha ocurrido con lugares tan míticos como la Atlántida, investigadores han discutido a lo largo de la historia el enclave en el que estuvo situada la gran ciudad romana que conectó Toledo y Zaragoza con el sur de Hispania. Daimiel y Villarrobledo eran los otros dos municipios que entraban en disputa, en parte porque las medidas del geógrafo Claudio Ptolomeo, que cartografió el territorio, “no eran exactas”.
Las crónicas de Plinio el Viejo, la monumentalidad de los restos arqueológicos y la gran cantidad de material encontrado en Alhambra, donde en puntos como el antiguo vertedero romano “los restos cerámicos superan ya los 2 millones de fragmentos”, terminan de despejar la incógnita. Eusebio López explica que “el escritor romano mencionó en el siglo I después de Cristo que a tres leguas de Laminium se encontraban las canteras del imperio romano”. Había 3 en todo el imperio, pero “la de Alhambra era la mejor”. Se utilizaba para afilar las espadas y sobre todo para las cuchillas de los barberos. Todavía hoy se puede observar cómo se realizaba la extracción en la necrópolis visigoda.

Ahora bien, aparte de la piedra moliz, ¿qué tiene Alhambra para que tantas civilizaciones hayan pasado por aquí? Gómez explica que “el enclave es excepcional, porque es un cerro de 800 metros que domina todo el territorio y además siempre ha sido un cruce de caminos”. Por este lugar pasaba la Vía XXXI, que venía de Mérida, tras pasar por Sisapo en La Bienvenida (Almodóvar del Campo) y Puebla del Príncipe, que era una mansio romana, es decir, una parada oficial utilizada por el gobierno y comerciantes en sus viajes. También partía la Vía XXIX hacia Zaragoza, llamada entonces Caesaraugusta. De hecho, hace poco se encontró un miliario -una de las columnas que indicaban los kilómetros que quedaban hasta un destino- con la dirección para Laminium. Llevaba “el nombre de la vía, el de la persona que había hecho el tramo y el año”, señala López.
La riqueza de recursos agropecuarios hizo el resto para que los romanos se asentaran en este municipio por el que pasan los ríos Azuer, Cañamares y Tortillo. La abundancia de manantiales también favorecía el aprovechamiento del suelo para la ganadería y la agricultura. En esta época, había “olivos y viñas” en el entorno, y desde Tierra Roja señalan que “se piensa que posiblemente habría un acueducto desde la Sierra de Alhambra” hasta la ciudad. “Ya nadie puede discutir que Laminium está en Alhambra”, insiste Eusebio López.
Las joyas de Alhambra: los togados romanos

Expuestas bajo un frontón y entre cuatro columnas que simulan un templo en la plaza de España, dos togados -la cabeza no se conserva- y tres inscripciones en mármol son la “joya” de Alhambra. No se saben a quién pertenecen, pero sí que se tallaron a finales del siglo I o inicios del siglo II después de Cristo. Estas estatuas, de un hombre y una mujer, contribuyen a forjar la idea de que este lugar acogió una ciudad romana relevante, articulada en torno a un foro, y que contó con edificios fundamentales en la vida social y económica de la época, como un templo, un teatro o unas termas. Denominadas togados, porque están vestidas con la ‘toga’, el atuendo distintivo de las élites sociales, solían erigirse en el foro o el templo.
Con respecto a las inscripciones, una hace referencia a un tribuno militar de la Legión VII procedente de Rumanía y es interesante saber que, según explica Francisco Gómez, “este hombre pudo traer unos collares auténticos de los indígenas dacios”. Lo dice porque “en el vertedero han aparecido unas cuentas de un collar de oro de esta tipología”. En 2022, Rumanía cedió el “tesoro de los dacios” al Museo Arqueológico Nacional de España y precisamente “un collar muy similar estuvo expuesto”. Ha sido uno de los últimos hallazgos del yacimiento del vertedero.
Conocer cada detalle de los elementos que aparecen en Alhambra ofrece una lección de historia y así ocurre con otra de las inscripciones, que según explica Gómez, “es un ara de ofrendas”, un altar de piedra con forma de pedestal que pudo ser utilizado por Licinia Macedónica, una sacerdotisa. Esta mujer rendía culto a los emperadores y, en concreto, a Octavio César Augusto, primer emperador, que gobernó desde el año 27 antes de Cristo hasta su muerte en el 14 después de Cristo, y que al morir se autoproclamó “dios”. Sin duda, es el periodo de mayor esplendor de Alhambra.
Denarios romanos y 650 sellos de ceramistas

Tras la pista de los vestigios romanos, Francisco Gómez y Eusebio López acaban en la iglesia parroquial de San Bartolomé. Su origen se remonta al siglo XIII, aunque sufrió modificaciones y el edificio definitivo data de 1700 con estilo mudéjar. En el exterior, justo en la parte correspondiente al altar mayor, se pueden observar varios sillares del antiguo templo romano. López señala que “el hecho de que los togados aparecieran en el entorno de esta iglesia refuerza la hipótesis de que en este lugar pudo estar el antiguo templo romano”. En el interior se conserva una gran pieza de mármol que hace de pila bautismal.
Fuera de la iglesia, al igual que ocurre en la plaza de España con una bodega, está musealizado un aljibe de almacenamiento de agua de la época romana, que se puede observar bajo el suelo acristalado. Esto hace sospechar que “muy cerca de allí podrían estar las termas”. La asociación Tierra Roja repite que “la monumentalidad de los elementos encontrados refuerza la idea de Laminium como gran ciudad dentro de Hispania”.

Para completar la inmersión en el pasado de Laminium hay que acudir de nuevo al Museo Arqueológico de Alhambra, que además de piezas de la prehistoria, tiene una colección de cerámicas de tradición ibérica, sigillata romana y monedas. Francisco Gómez advierte que “en el vertedero han aparecido 200 monedas”, entre ellas “seis denarios de plata” del Alto Imperio. También ases ibéricos de bronce de la época republicana y cecas íberas de Cástulo y Obulco. “Se han encontrado monedas de toda la cronología de emperadores”, señala el presidente de la asociación.
Y otro dato que habla de la gran magnitud de los hallazgos. Mientras que en toda la provincia de Ciudad Real se contaban hasta ahora “300 sellos alfareros”, solo en Alhambra “han salido a la superficie 650”. En total, el Museo Arqueológico de Alhambra tiene expuestas “860 piezas” y el “98 por ciento han sido recogidas en el término municipal de Alhambra”.
La necrópolis visigoda tallada en la roca

La ruta no concluye con el periodo romano, pues Alhambra posee una necrópolis visigoda “única” en Ciudad Real. No existe nada parecido. Localizada en la ladera sur del pueblo, Eusebio López explica que “la necrópolis de Las Eras se trata de un conjunto funerario del siglo V después de Cristo” y su particularidad es que “se conservan 65 tumbas rupestres, talladas en la roca madre”. Las hay ovaladas, rectangulares, trapezoidales, no coinciden en tamaño, ni en profundidad. Todas tienen orientación “este-oeste”, excepto una que tiene colocación norte/sur por una causa desconocida. El cementerio acogió las sepulturas de cerca de 200 personas, la mayoría son individuales y alguna colectiva, que podrían pertenecer a un mismo clan.

En el interior se han encontrado desde restos de cal, “que se utilizaban para evitar las infecciones y demás enfermedades”, hasta “restos de clavos y maderas de parihuelas o ataúdes”, aunque han sido las menos. La mayoría de los enterramientos eran directamente en la fosa. A las que no eran profundas se les hacía un cerco y se les colocaba una tapa. Asimismo, López explica que “la necrópolis tiene un sistema de canalización por canaletas, para salvar y desviar el agua”. La localización en la ladera sur, “al sotavento y en la entrada al pueblo”, tenía como objetivo “evitar el olor de los muertos”.

En las Relaciones Topográficas de Felipe II, elaboradas en el siglo XVI, aparecen mencionados “enterramientos de notable antigüedad” que corresponden con esta necrópolis, pero no fue hasta los años 80 y 90 cuando se excavaron y musealizaron, de forma paralela al descubrimiento del circo romano durante las obras del desvío de la carretera N-430. Justo en frente de la necrópolis, al lado del colegio, también se puede observar un sarcófago tardorromano trapezoidal tallado en piedra moliz. Aquí también hallaron una inscripción dedicada a Octavio César Augusto, conservada en el Museo Arqueológico. En este espacio, en el que se mezclan enterramientos con habitáculos, es fácil imaginar cómo las diferentes civilizaciones reutilizaron elementos arquitectónicos.
Árabes y cristianos

La corona de Alhambra es su castillo. Eusebio López señala que “erróneamente atribuido a los árabes, en concreto a la dinastía omeya, hoy sabemos que es de época cristiana”. De la época islámica, en torno al siglo X después de Cristo, ha aparecido una maqbara, un cementerio con 20 difuntos, en la villa romana de Los Villares, donde a la vez se han documentado “50 metros cuadrados de mosaico romano”.
En el cerro del castillo, es posible que antes de la reconquista los musulmanes construyeran un torreón, “del que hay indicios en la cimentación”. En la actualidad es imposible su visita, porque es privado, de hecho, su apertura es “una de las luchas constantes del pueblo”. Está claro que la recuperación del pasado en demasiadas ocasiones entra en conflicto con intereses particulares y este caso no es el único, en un pueblo donde cada construcción en el casco urbano exige catas arqueológicas e intervenciones que no impliquen la destrucción de restos, como ocurre en ciudades como Córdoba o Toledo. Es el precio de vivir en un lugar donde la historia fluye a borbotones.

Llega el final. El último punto del mapa para el turista es el Museo Etnográfico, que incluye numerosos elementos relacionados con los oficios tradicionales y el trabajo en el campo típicos de la vida tradicional manchega. Una vez aquí, desvelados los restos hallados durante años de investigación por parte de diferentes universidades y conocidas las curiosidades, los personajes y los contextos, el turista ya cuenta con las piezas necesarias para construir, como si fuera un rompecabezas, la historia de Alhambra.