El todoterreno empieza a balancearse al coger el camino que recorre la ribera del río Bullaque en dirección a Luciana desde el Puente Nuevo de Piedrabuena, donde las piedras arrastradas por la corriente se difuminan debajo del agua tras las últimas lluvias. Francisco Contreras, agente ambiental en la comarca de Piedrabuena, se dirige hacia la lengua de pinos que bordea en sus partes más altas al principal afluente del Guadiana en La Mancha. Hace 25 años la Junta de Comunidades decidió acabar en este lugar con las choperas de Y214, destinadas desde mitad del siglo XX a la producción maderera, para recuperar el paisaje tradicional. Primero llegaron las coníferas y hoy crecen las semillas de olmos resistentes a la temida grafiosis.
Con cuarenta años a sus espaldas en el oficio, destinado cinco años en Ríofrío y desde entonces en Piedrabuena, Francisco habla de la diversidad de esta comarca forestal, una de las siete en las que está dividida la provincia, que linda con Alcolea de Calatrava, Los Pozuelos de Calatrava y llega hasta Badajoz. Cuenta con zona volcánica y áreas de monte mediterráneo, con pinares y sierras de cuarcita con especies arbóreas autóctonas como la encina, el alcornoque y el quejigo, además de especies arbustivas como la cornicabra, el lentisco y el madroño. La jara, el brezo y el romero crecen en las zonas de monte bajo, y luego está la cuenca del Bullaque, donde la vegetación principalmente está formada de álamo blanco, sauce y olmo.
De un monte de producción a otro “protector”
La repoblación en el río Bullaque, principal nicho de vegetación de sotos y riberas en la provincia de Ciudad Real, junto al río Guadiana, comenzó en 1993. Contreras explica que “aquí lo que había eran choperas de I-214, que por el nivel freático, las condiciones de agua, de estación y de clima se fueron al garete”. Las condiciones de las choperas que en su día sirvieron para la producción maderera dejaron de ser las apropiadas, por lo que había que tomar una decisión y el forestal fue uno de los que propició la plantación de pinos piñoneros. “En las huertas antiguas de la zona había pinos de 100, 150 y 200 años, por lo que vimos la posibilidad de poner esta especie en las zonas altas de grava y arenosas.”, explica.
Así se produjo la transición de un monte de explotación de chopo a “un monte protector”, de conservación en este sector de las 240 hectáreas de monte público en vegas asociadas a las cuencas del río pertenecientes a la Junta desde Porzuna a Luciana. El resultado fue un pinar mixto, donde además de pino, hay encinas, quejigos, alcornoques y algún fresno. Eran plantas de 10 centímetros y hoy son unos señores árboles que forman un auténtico bosque. La actuación fue agresiva en un principio para el paisaje e incluso generó polémica social, pero Francisco Contreras cree que acertaron, a juzgar por el resultado, visible después de tres décadas. Las transformaciones en la naturaleza van despacio, “hay que tener mucha paciencia”. “Lo que no se puede hacer es llegar a un alcornocal y poner pinos. La cosa es diferente cuando los siembras en una zona donde no hay más que abulagas, cuatro jaras y romeros”, insiste.
El segundo adiós a las choperas
La segunda fase fue hace quince años. De nuevo, cortaron los chopos viejos, secos, “que habían dejado de crecer y desarrollarse”, además de eucaliptos. En esta ocasión se plantaron sauces, álamos blancos y fresnos. Son visibles a unos 500 metros del pinar cercano a la frontera de los términos municipales de Piedrabuena y Luciana. “Se cortó todo y se laboreó antes de plantar. Después se le hizo un tratamiento selvícola cultural a la masa forestal que había cerca de la orilla del río”, explica el agente medioambiental. En el río se dejaron los árboles verdes y se eliminó “mucha materia seca”, ya que, según explica, “en los ríos la vegetación crece muy deprisa, pero también envejece a mucho ritmo”. Los nuevos árboles se plantaron de forma natural en forma de S y en islas, “para romper con la rectangularidad de una masa puesta a marco”. También dejaron “zonas refugio”, con ramas secas y zarzas, para los insectos.
Las condiciones de estación de La Mancha condicionan los trabajos en el campo. “En un sitio malo, con temperaturas máximas, con pluviometría mala y donde además no existe cultura de cuidar el bosque, sino todo lo contrario, porque en los últimos 500 años no hemos hecho nada más que machacarlo, quemarlo y cortarlo, son muy importantes los trabajos de mejora, de repoblación”, explica Francisco Contreras. El forestal destaca que hay que tener en cuenta que Ciudad Real no es un lugar donde el monte “se haga solo”, a diferencia de países como Noruega, donde “un bosque clímax no necesita que le hagas nada, porque se regenera, crece solo e incluso puede tener aprovechamientos”. Pero aquí, para “hacer bosque”, lo único que se puede hacer son “tratamientos selvícolas culturales a las masas y repoblaciones adecuadas”.
El olmo resistente a la grafiosis
El olmo ha sido el protagonista de la tercera fase de repoblación de sotos y riberas del río Bullaque. Lo hizo en 2020, en la última gran repoblación de la Junta en la provincia, como un superviviente. Francisco Contreras explica que “desde los años 80 la población de olmos ha caído en picado en Castilla y León, la zona centro y el sur, por el problema de la grafiosis”. Son hongos que se cuelan en los canales de savia, y los atrofian, de manera que los nutrientes no llegan a las vías terminales. Primero las ramas se secan, pero al final fenece el árbol entero. “Es el gran problema de nuestros olmos, no de aquí, sino en toda España”, insiste el agente medioambiental, que también hace referencia a que cuando una especie arbórea, arbustiva, herbácea o de matorral menor empieza a tener problemas para vegetar, por ejemplo, como consecuencia de la sequía, es un “caldo de cultivo” para los hongos y otras enfermedades.
Con la plantación de 250 olmos en la ribera del río Bullaque en Piedrabuena, la Consejería de Desarrollo Sostenible pretendía recuperar parte de los ejemplares perdidos. Hay que tener en cuenta que es un árbol asociado a las zonas frescas, común en las riberas, y en ningún lugar son numerosos, “hay rodales, pero no bosques de olmos”. Los olmos recién plantados, que en la actualidad tienen 5 savias, proceden de semillas recogidas de patrones que han resistido a la grafiosis. “Estas semillas se han plantado en viveros de la Comunidad de Madrid, en colaboración con el Ministerio, y nosotros los hemos puesto en 4 parcelas”, explica Francisco Contreras. Hasta ahora en el río Bullaque solo quedaban brotes de los olmos que han tenido que cortar porque estaban secos y enfermos. El forestal confía en que “los hijos puedan luchar contra la enfermedad mejor de lo que lo hicieron los padres”. Plantados junto a algún quejigo y fresno, de momento los olmos son pequeños, “tendrán que pasar 15 o 20 años para ver un poco color”.
Amar el bosque
Para hacer bosque lo que queda ahora es cuidar el entorno. Al salir al campo, subraya Contreras, “es importante no manifestarnos”. “Podemos pasear, sentarnos, disfrutar de los hongos, de los pájaros, observar con prismáticos y hacer fotos, pero lo que no podemos hacer es llegar al campo y tirar 10 kilos de basura”, expresa. Ochenta agentes medioambientales se encargan en esta provincia de todo lo relacionado con la naturaleza: vigilancia de montes públicos, asistencia a los particulares, control de aprovechamientos, de la pesca y la actividad cinegética, control de usos recreativos y residuos, seguimiento de la flora y la fauna, e incluso actividades de educación ambiental con los colegios. En la comarca de Piedrabuena los problemas son “puntuales”, pero el forestal repite que lo peor es la sociedad. Limpia el Ayuntamiento, la Junta de Comunidades, pero las bolsas de basura y las latas no dejan de aparecer. Por eso su deseo no es otro que las generaciones futuras aprendan a “amar” el bosque.