La Semana Santa es una fecha de especial importancia en la religión cristiana. Es el momento de recuerdo y celebración de la muerte y resurrección de Cristo, elemento central de la teología cristiana. Y por ello la celebración de estos acontecimientos ha generado importantes debates incluso sobre cuándo se debe celebrar. En la actualidad sabemos que cada año, por razones que en muchos casos ignoramos, la Semana Santa cae en fechas diferentes.
El computus
La palabra latina computus se refiere al cálculo de la fecha de la Pascua, Ya en el siglo iv se discutía sobre cuándo debía celebrarse la Pascua de Resurrección. Surgen tratadistas que estudian en profundidad el tema, los computistas. Hipólito de Roma hace sus cálculos y Anatolio de Laodicea inventa el ciclo metónico basado en los ciclos de la luna. Para él el Domingo pascual es el primer domingo después de la luna llena pascual, era fácil determinar las fechas del citado domingo pascual.
La importancia del tema hace que se plantee la discusión en el concilio de Arlés de año 314 que decide que es el papa el encargado de fijar la fecha de celebración que debe respetar toda la cristiandad. El Concilio de Nicea estudia de nuevo el asunto y a pesar de sus decisiones siguen presentándose discrepancias entre la iglesia de Roma y la de Alejandría a la que da la razón el concilio.
Pero el problema estaba en el cálculo de los ciclos lunares. La Iglesia romana consideraba que el equinocio de primavera era el 18 de marzo y para calcular la edad de la Luna utilizaban un ciclo de 84 años. Los alejandrinos para el cálculo de la edad de la Luna usaban el famoso ciclo metónico de 19 años. Estas diferencias, y otras menores, hacían que en la Iglesia romana la Pascua nunca cayera con posterioridad al 21 de abril, mientras que en la alejandrina podía llegar a ser el 25.
Dionisio el exiguo.
Dionisio el Exiguo convenció desde Roma a las autoridades pontificias de las bondades del cálculo alejandrino y se unificó al fin el cálculo de la pascua cristiana. Ha de caer siempre en domingo, debe ser el siguiente después del plenilunio del equinocio de Primavera del hemisferio norte.Con estos cálculos Pascua de Resurrección no puede ser antes del 22 de marzo (en caso de que el 21 y plenilunio fuese sábado), y tampoco puede ser más tarde del 25 de abril (suponiendo que el 21 de marzo fuese el día siguiente al plenilunio, habría que esperar una lunación completa (29 días) para llegar al siguiente plenilunio, que sería el 18 de abril, el cual, si cayese en domingo, desplazaría la Pascua una semana para evitar la coincidencia con la pascua judía, quedando (18 + 7) el 25 de abril.
La Pascua de Resurrección es el domingo inmediatamente posterior a la primera luna llena tras el equinoccio de marzo, y se debe calcular empleando la luna llena astronómica. Por ello puede ocurrir no antes del 22 de marzo y el 25 de abril como máximo. Debido a la variación entre el ciclo lunar y el solar que define nuestras fechas el cálculo matemático resulta complejo. Dos científicos como Gauss y Butcher han desarrollado fórmulas matemáticas complicadas que permiten el cálculo de las fechas para cada año.
En mi opinión, creo que sin necesidad de celebración de un concilio sería bueno fijar una fecha razonable en nuestro calendario para establecer de forma fija esta importante celebración que define una de las festividades más importantes de la cristiandad y que condiciona una importante actividad turística y social en muchos países.
La celebración de la Semana Santa
Pero resulta importante plantear el centro de esta celebración, una conmemoración religiosa que tiene su fundamento en la creencia y vivencia de la presencia de Jesús. Una celebración religiosa que se vive especialmente en la liturgia que la iglesia celebra. La liturgia se desarrolla desde el Jueves Santo al domingo de Resurrección con una presentación de los diferentes momentos de la vida de Jesús narrada en los evangelios.
El Jueves Santo la celebración rememora la institución de la Eucaristía que ha acabado siendo elemento central de la vida religiosa cristiana con su recuerdo continuado cada semana. Pero este día adquiere la importancia de recordar el momento en que Jesús, reunido con sus discípulos comparte con ellos el pan y el vino. La teología cristiana del Vaticano II recuperó esta significación teológica de celebración de la comunidad como acción de gracias.
El Viernes Santo en la liturgia es un día de tristeza que se escenifica con la presencia triste de elementos que ocultan la presencia de las imágenes presintiendo la muerte de Jesús. Una liturgia de sentimiento y silencio esencialmente. Una sensación que se mantiene en las celebraciones del sábado sabiendo que Jesús ha muerto crucificado. Son los momentos de la celebración del viacrucis como recuerdo del camino del Calvario y de la crucifixión, referente central en la celebración cristiana y que ha sido asumido de forma mayoritaria en las representaciones de la vida litúrgica.
La noche del sábado santo y madrugada del domingo la liturgia de la luz quiere simbolizar la resurrección que cambia el sentido de la tristeza de las celebraciones anteriores. Es la luz y el fuego el símbolo elegido para la celebración de la Pascua, del paso de la vida a la muerte. Y las hogueras fuera de la iglesia, las luces que abren la oscuridad de los templos y el gran canto del cirio pascual son los anuncios de la resurrección. Toda una liturgia llena de símbolos con una riqueza de manifestaciones, de ceremonias que se han enriquecido a lo largo de los siglos. La importancia religiosa de estas fiestas ha hecho que la liturgia cobre una especial riqueza simbólica en sus formas y con aportaciones musicales de especial calidad como hace el gregoriano en el himno de Pascua.
Las manifestaciones de religiosidad popular
Y junto a estas vivencias en las que la iglesia quiere significar la realidad esencial de la fe cristiana han ido surgiendo tradiciones, costumbres y celebraciones que quieren acercar esas creencias a la vida cotidiana de la gente. Celebraciones procesionales, músicas populares, conmemoraciones de muy diferente significación asociadas a estas festividades. Las aportaciones escultóricas, representando los diferentes momentos de la pasión de Jesús, han conformado en diferentes ciudades un patrimonio de primera importancia.
En muchas ciudades españolas la vivencia de las celebraciones procesionales se ha convertido en un motor de actividad turística y económica. En Castilla-La Mancha celebraciones asociadas a ciudades históricas cobran una riqueza especial en las que se combinan los espacios urbanos con la vida de hermandades y cofradías. Cada ciudad trata de conseguir una celebración de espacial calidad con su singularidad que la diferencie y cualifique. Esfuerzos en los pasos procesionales, en los desfiles de numerosos cofrades que viven intensamente su participación y una organización que quiere ser más elaborada cada año.
Una fecha especial que la luna nos sitúa en el tiempo, que la liturgia de la iglesia mantiene viva en su importancia y un conjunto de tradiciones que convierten la Semana Santa en una celebración comunitaria especial.