“La mujer del siglo XXI: ni independiente, ni segura, ni con voz. Una de cada tres mujeres de hoy no es como te la imaginas”. El lema de Manos Unidas para este año suena desafiante y nos llama, como siempre, a abrir los ojos más allá de nuestra propia realidad inmediata.
Solemos juzgar cómo va el mundo desde dos realidades: cómo me va a mí mismo y, en menor medida, qué me muestran los medios de comunicación. Pero la realidad es mucho más amplia que mi mayor o menor bienestar, los temores de la humanidad son más vastos que mis propios miedos, también sus esperanzas.
Con el lema de este año, Manos Unidas pone el dedo en la llaga en un tema muy actual y querido por los occidentales, la situación de la mujer, pero sabe hacerlo ampliando nuestras perspectivas: “la mujer” no son solamente las mujeres de occidente, sino todas aquellas que viven sin ninguna voz ni protagonismo en muchos rincones apartados de nuestra tierra. Tienen un protagonismo fundamental en sus propios rincones, siendo ellas las que más luchan por superar el hambre en sus poblados y familias; pero son también las que más sufren el hambre de pan, de cultura y de Dios que a tantas personas afecta.
Esta centralidad de la mujer como tema de la Campaña, además de responder a una situación real y trágica de gran parte de la humanidad, responde también a la importancia de la mujer como sujeto mismo de todas las Campañas de Manos Unidas. No olvidemos que esta institución, que cumple ahora 60 años, nació como fruto de la inciativa de muchas mujeres de Acción Católica que se decidieron a hacer algo para que el hambre en el mundo pudiera ser vencida.
Me recuerda este protagonismo a una mujer que vivió hace muchos siglos. En unas bodas, en Galilea, supo ver que faltaba vino e inició el proceso para que el problema fuera resuelto, adelantando la hora de su propio Hijo.
¿No sigue siendo la sensibilidad de la mujer la que hace posible que veamos las necesidades de los demás? ¿No han sido ellas las que nos hicieron mirar y movernos para luchar contra el hambre: “Les falta vino, les falta pan, les falta cultura, les falta dignidad, les falta Dios”. Ellas hablan a nuestro bienestar, a nuestros ojos que miran solo horizontes bien cercanos; ellas invitan, sobre todo, a hacer algo para que el vino, y todo lo que significa, no le falte a nadie.
En muchos casos, como en la Campaña de este año, esa mirada se ha de dirigir a lugares en los que ya tenemos fijos los ojos, pero no acabamos de ver. Por desgracia, la ideología o la costumbre nos ciegan y nos impiden ver todas las dimensiones de un problema que creemos nuestro y hemos convertido en nuestra propia bandera. La mujer, la justicia, la dignidad, no son un tema ideológico; no podemos permitir que se conviertan en slogan en la boca de demagogos, o en arma arrojadiza de unos que viven cómodos en occidente contra otros que viven igualmente cómodos.
Aprender a ver lo que ya miramos, quitar el velo de las idología para aprender a distinguir personas, atreverse a mirar más allá de las proclamas para contemplar la realidad: ¡qué agradecidos tenemos que estar a las mujeres y hombres que trabajan en Manos Unidas!
Después de decir que no tenían vino, María pronunció otra palabra en las bodas: “Haced lo que él os diga”. La mirada se concreta en la acción. Entonces, crecemos como personas: cuando nos importa la dignidad de los otros y nos ponemos en movimiento, nuestra propia dignidad se multiplica.
Estamos en Campaña, la voz resuena en nuestras parroquias y más allá de ellas. Es la voz de la Iglesia, es la voz de María, es la voz de la mujer: “No tienen vino: haced lo que él os diga”.