El viento de la política sopla en estos días a una velocidad casi imprevisible, casi. Corremos el riesgo de que los titulares nos hagan cambiar la percepción de los hechos en un mundo de noticias construido para impactar y después irse. Pero es importante no dejarse llevar por el aluvión de barro y agua, por la espuma ligera de las noticias porque cada día nos irán arrastrando hacia no se sabe dónde, como las conversaciones en Twitter.
Vivimos una crisis de Estado que los medios de comunicación no saben encuadrar. Necesitan referencias cotidianas en las que apoyarse para construir los titulares, pero la profundidad de la crisis ya se ha extendido tanto que solo vemos el vapor del géiser cuando escapa del fondo que arde. Si fuese posible estrellar un huevo sobre el kilómetro cero de la política española tendríamos un huevo frito en un segundo. Como en los montes de Lanzarote o sobre las piedras del verano de Chinchilla. Y nada de esto es retórica.
Y ahora esta crisis
La derecha española ha vivido tres transiciones desde la muerte de Franco: la iniciada con el golpe de Tejero, que al final dio con los huesos de la UCD en el suelo y un gobierno socialista que le sucedió para dos décadas. El horroroso atentado de Atocha, que demostró que el Estado no puede vivir a espaldas del mundo, encerrado en la cocina del poder patrio, que el Gobierno mintió por incompetencia y búsqueda del beneficio político propio a costa de la tragedia humana al responsabilizar a ETA y acabó con el falso slogan de “España va bien”. Aznar fue derrumbado para ser gobernados por Zapatero.
La tercera crisis de la derecha española en la historia reciente es la de hoy, la que Mariano Rajoy pretende cerrar con su dimisión como presidente del Partido Popular. Pero él sabe que la suya, la crisis de la derecha española en su conjunto, es una crisis de credibilidad internacional ante el poder financiero; de respeto por los ciudadanos españoles y de representatividad social, porque los votos son otra cuestión, y ya se verá.
En ninguna de estas tres crisis la izquierda ha llegado al poder sobrada de entusiasmo y apoyos, salvo la ocasión primera de Felipe González porque significaba el comienzo de una nueva etapa deseada, una verdadera transición, y que hasta entonces no fue suficientemente respaldada por las ciudadanos.
Esta, la crisis de ahora, no arranca en Catalunya sólo, viene influida por los cambios estratégicos que el poder financiero ha impuesto y que suponen la ruptura del status quo vigente desde la postguerra europea. Ha sido el desdén de la derecha española a la sociedad, entendiendo que ancha es Castilla y el mundo y el dinero les pertenecía, por decirlo de una manera gráfica.
La inesperada justicia
Tan así lo han hecho, que hasta el origen de la crisis catalana tiene nombre y prohombres que gobernaron esa Comunidad con políticas igual de ruines que los gobiernos de Aznar o Rajoy: sin la sociedad, con aprovechamiento personal o de familias políticas. El principio del fin del Partido Popular en esta nueva etapa ha sido creer que esa Justicia que pedían no tocar ni criticar iba a silenciar más tiempo ni pasar por alto la gravedad del expolio. Y de la decisión de un juez nace la crisis por esta parte. Nace, como primer trozo de una cuerda que continuará en los próximos meses mientras el PP se lame las lágrimas y busca un nuevo líder de la tierra donde el voto es fácil.
El otro extremo de la soga es la continua incapacidad del presidente Mariano Rajoy, ya expresidente, y de la derecha que le inspira y acompaña para establecer estrategias de país que no pasen por el corto plazo o el clientelismo más crudo.
Parece increíble la actitud del PP durante la preparación y el desarrollo de la moción de censura. Aparentemente, nadie esperaba a Tejero, ni a los yihadistas de Atocha (tampoco a los de Barcelona) ni una moción de censura con 86 diputados guiados por un “ex todo”: ex líder, ex secretario general, ex parlamentario. Y todo mullido desde fuera del Parlamento, pero con el Parlamento.
Será historia esta incapacidad de la derecha para apreciar que Ciudadanos estaba creciendo y de corrido por su culpa, y no le estaba dando tiempo para resolverse contra las tendencias.
Rivera no será Macron
Mariano Rajoy es culpable de haber instituido un partido a su imagen y semejanza sin ser un líder; un partido lento, viejo y, peor aún, sin autonomía propia, igual que no la tiene Enmanuel Macron y otros candidatos tecnócratas que proponga el FMI pero se ponen al frente por resultados electorales. Rajoy y la cultura de partido que arrastra el PP pensaron que podían subirse al caballo del cortijo y que todos, incluida la Justicia, les iban a seguir siempre, pasara lo que pasara, hiciesen lo que hiciesen, porque la sociedad venía soportándolo y votándoles.
Hace días era evidente que la sentencia sobre Gürtel iba a retumbar políticamente como el atentado de Atocha, y no en el Parlamento, sino en la puerta del Partido Popular, y que los daños serían, como se ve, extremos.
Este juez no necesitaba una horca. El Partido Popular ha ido trenzando la suya propia durante muchos años. No será Ciudadanos quienes les sucedan. Intentarán ser ellos mismos los perros ladradores que siguen a los jinetes de su nueva política. Y pasará el tiempo, no mucho, y llegarán de nuevo las golondrinas.
Aurelio Romero Serrano (Ciudad Real, 1951) es periodista y escritor