El conmovedor ruido del arrastre de las cadenas no ha roto el silencio que ha sobrecogido el centro de Ciudad Real durante la pasada madrugada ante las imágenes del Cristo de la Buena Muerte, el paso del Crucificado de Faustino Sanz y la Virgen del Mayor Dolor.
Una de las procesiones más emblemáticas y seguidas de la capital ha vuelto a iniciar un Jueves Santo cargado de fervor, religiosidad y oración, en una noche de primavera, con luna llena y temperaturas suaves, aunque por momentos frías por algunas rachas de viento conforme avanzaban las horas.
Tras el toque de cornetín a las 3 horas en punto en la puerta del sol de la Iglesia de San Pedro, los miles de ciudarrealeños expectantes para iniciar un cortejo de recogimiento, han contemplado las salidas de los tres pasos de la popular hermandad, que ese año cumple su 80 aniversario (fue creada en 1943). Han sido más de cuatro horas, hasta que a las 7,05 horas Hijo y Madre han vuelto a la parroquia, tras cumplir el mandato de sus reglas de predicar la palabra de Dios, centrada en la pureza del perdón y la redención y el deber de ayudar a los más necesitados.
Varios cientos de cofrades han desfilado con total entrega a lo largo de la estación de penitencia, ataviados con sus túnicas negras con la Cruz de Jerusalén en el capillo, y el cíngulo de esparto, algunos descalzos y portando pesadas cadenas y cruces, y la mayoría con sus hachones para alumbrar.
El Cristo de talla más pequeña, incorporado recientemente en la Cruz de Guía, ha abierto la salida, portado por jóvenes juniors (menores de 18 años), que han recorrido el itinerario al ritmo de los toques de un tambor bajo unos varales de madera que han estrenado y entre un mutismo atronador.
Detrás ha desfilado el Cristo de la Buena Muerte, que ha sido en asomar al público desde el templo, este año con una maniobra de salida más fácil para los portadores, gracias a un sistema que aumenta la longitud de bajada de la cruz, y ha permitido superar la altura de las puertas con una suave caída de los brazos. Durante el desfile, ha impresionado la sobriedad del paso desnudo y su caminar decidido y templado.
La Virgen del Mayor Dolor, en su segunda salida sobre ruedas (la madrugada de Miércoles Santo desfiló portada con la sección de Mujeres), ha cerrado la salida, con su presencia dolorosa por el Hijo muerto, pero, a la vez, con un halo de esperanza por el sacrificio de éste para toda la humanidad.
Prédica
Iván Bastante, párroco en Brazatortas y Fuencaliente, y hermano del Silencio, ha presidido la procesión y las reflexiones de las 14 estaciones del Vía Crucis, sobre textos de varios apóstoles como San Marcos, San Pedro o San Pablo. En un templo al aire libre, el sacerdote ha reflexionado sobre la necesidad de que los cristianos estrechen el vínculo de Jesús, a la hora de profesar su fe, sin ataduras ni complejos y favoreciendo el pensamiento crítico frente a las posverdades. A través de los pasajes de la condena a muerte y ejecución del Señor, Bastante ha valorado el papel protector de Cristo con los creyentes para “vivir en el amor” y sobrellevar el dolor cuando llega. Igualmente, ha instado a los fieles y cofrades -algunos arrodillados al escuchar sus meditaciones- a tener empatía y conciencia para perdonar al prójimo, y a proyectar el compromiso del Cirineo, a la hora de ayudar a Jesús a llevar la Cruz.
El sacerdote también ha discurrido sobre la maternidad ante la imagen de la Virgen con un puñal clavado en el pecho por el insoportable dolor del fallecimiento de su hijo, un sufrimiento que proviene de la indisoluble y filial comunión, en este caso con Jesús.
Preparación y rezo
El hermano mayor del Silencio, Ángel Ruíz-Moyano, por su parte, ha destacado la celebración del cortejo en una “noche especial”, que ha permitido a los cofrades “renovar el compromiso cristiano”.
También ha valorado “la intensidad” de la estación de penitencia, y la preparación previa de los cofrades y hermanos, desde las 2 horas, con el rezo del Rosario dentro de San Pedro. En esos momentos también analizaron el significado de la túnica, que no es sólo una prenda corporativa, sino un vehículo que “nos configura y nos prepara para la intimidad”. Incluso tiene más trascendencia con su habitual uso como mortaja.
Ruiz-Morano ha destacado el carácter “de oración” de la procesión, al principio multitudinaria y conforme ha ido discurriendo por barrios. como el del Perchel o el del centro, ha menos seguidores en sus calles.