Hay profesiones que se ejercen en silencio, que pasan desapercibidas por la vida del resto y que; sin embargo, son fundamentales para que todo siga su cauce. Así es la labor de un guardián de centro escolar: sutil, discreta, pero imprescindible para mantener el orden que los días se lleva por delante entre la vorágine del alumnado.
Hablar del IES Juan de Távora de Puertollano es hacerlo indiscutiblemente de Gregorio Escudero. La vida del centro y la suya propia han caminado de la mano desde 1988-89, viendo pasar por allí a centenares de alumnos que han ido cerrando etapas mientras él las ha ido coleccionando recuerdos para que siempre hubiese un nexo de conexión entre todos ellos.
Su figura es una parte más en la historia del centro. Todos los alumnos que han pasado por allí lo recuerdan como un tipo dispuesto a sonreír dando luz a los días oscuros de invierno, a echar una mano cuando ha sido necesario e incluso a ejercer de psicólogo cuando las cosas no salían como esperaban y la desilusión se dibujaba en sus rostros.
“Aquí he vivido muchos momentos. Hay alumnos con los que he llegado a tener una amistad verdadera”. “Hay alumnos que siendo un poco conflictivos, conmigo siempre han tenido un trato diferente. He sabido llevarlos a mi terreno y he tenido charlas con las que yo he dado consejos, pero también he aprendido mucho de ellos y de las razones por la que quizás no han podido ser mejores estudiantes”.
Ahora, cuando la jubilación queda a la vuelta de la esquina, las emociones se acumulan en los rincones del instituto, que le recuerdan aquel tipo joven que un día abrió las puertas cargado de sueños por cumplir y una vida por hacer.
“En los últimos meses estoy notando un poco más esa carga emocional. Ahora tengo la sensación de ver pasar mi vida en pequeños fotogramas cuando paseo por el colegio. Es como si la vida me recordase que es el tiempo de descuento antes de marcharse para siempre. Piensa que yo llegué aquí con mi hijo pequeño, de apenas un año y me marcho con él a punto de casarse y con mi otra hija trabajando en Pastrana. Es impresionante lo deprisa que pasa todo.”
La vida de Gregorio es posible que desembarque en Almadén a lo largo de los próximos meses llevado por las raíces familiares que siempre han sido un ancla que los ha mantenido conectados con el pueblo minero; pero aquí, entre las paredes del IES Juan de Távora se ha ganado el honor de quedar para siempre como una institución que recordar a la que quizás la morriña le pida un tiempo de descuento.
Detrás de estos más de treinta años quedan dos hijos: Paco y María; una vida entera junto a su mujer María José, con la que ha visto construirme muchos de aquellos sueños que parecían tan lejos la primera vez que atravesaron la verja roja del instituto.
“Esto ha sido mi casa prácticamente desde que llegué a Puertollano y sin duda siempre voy a tener un vínculo muy especial con este Instituto, con sus profesionales y con sus alumnos.”
Por último y sin ganas de despedirse antes de tiempo, intentamos jugar a adivinar el futuro hablando sobre cómo se imagina su adiós definitivo a lo que ha sido su hogar durante tres décadas.
“En realidad todavía no me lo he planteado. Es una situación que he ido comentando con la directiva pero de la que no he hablado con algunos compañeros hasta que no tenga concretado cuándo se va a producir definitivamente. Aquí he sido muy feliz y sin duda, me va a costar marcharme sabiendo que se cierra uno de los ciclos más largos de mi vida, pero llega un momento en el que necesitas la tranquilidad, disfrutar en la casa que has construido, en tu terrenito, con tu familia y eso es ahora en lo que pienso.”
Con su adiós se cierra una de las historias más bonitas del IES Juan de Távora, cerrándose también la etapa laboral del guardián más longevo en su cargo de Puertollano.